Hace días, en el Ayuntamiento de Santiago, un grupo de dirigentes deportivos de la “vieja guardia” conversábamos sobre las diferencias entre los clubes deportivos y culturales de antes y de ahora. La conversación fue muy amena y pienso que sería interesante que nuestros jóvenes conozcan algunos detalles al respecto.

Fue desde el club deportivo y cultural de nuestra comunidad donde casi todos aprendimos a correr, jugar baloncesto, recitar “Hay un país en el mundo” del inmenso don Pedro Mir, comprender el ajedrez, escuchar a Silvio y Serrat, leer a Galeano, bailar mangulina…

En la tertulia recordábamos con nostalgia aquellos tiempos en los cuales, enarbolando las banderas del deporte y la cultura, soñábamos, ejercitábamos nuestros músculos, discutíamos con altura, leíamos, nos enamorábamos de las ideas y de amores imposibles.

Es revelador analizar lo que ha sucedido con estas organizaciones que fueron vitales en el desarrollo integral de varias generaciones. Recordemos que, al menos en teoría, los clubes representan, luego de los atletas, el segundo escalón de nuestra pirámide olímpica. Después van las asociaciones, las federaciones y, finalmente, el Comité Olímpico Dominicano.

Los clubes deportivos y culturales sobrepasaban el marco de su nombre: eran, además, reivindicativos. Se convertían en el espacio ideal para exigir una sociedad más justa. Allí teníamos la oportunidad de ser activos en la búsqueda de soluciones a los problemas del barrio, ya que no era del todo seguro hacerlo a través de un partido político, especialmente en los famosos “12 años”.

Otro aspecto es que eran plurideportivos, es decir, se practicaban varios deportes. Ahora, desgraciadamente, apenas se concentran en uno y lo hacen muchas veces a título oneroso, en ocasiones más convertidos en compañías por acciones que en reales clubes deportivos y culturales. En la mayoría de ellos actualmente el aspecto cultural es inexistente. Esa materia la descartaron. No hay poesía coreada, peñas de literatura, bailes folclóricos, concursos de décimas…

También se amaba el voluntariado. Los dirigentes de esas agrupaciones, atletas y promotores culturales, servían a su causa de corazón, sin esperar nada a cambio, viviendo para servir, no para ser servidos. Casi nadie exigía pasaje o dieta para realizar su labor, pues la consideraba un deber social y patriótico. En estos días no se mueve un dedo si no se recibe una dádiva.

Añoro aquellos minutos de mi juventud, donde, además, la veía a ella, tímida como yo en materia de amores, pero expresivos en asuntos comunitarios, esperando ella que yo le hablara y yo anhelando que ella lo hiciera, para, total, al final limitarme a decirle “¡hola compañera!” y ella sonreír.

Agradable momento el sostenido con esa “vieja guardia”, cuyas conductas, para bien, deberían ser eternamente actuales.

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