Trump y el costo de volver al Siglo XX

Distinto a lo que muchos esperábamos, varias de las propuestas de política más altisonantes de Donald Trump no sólo han rebasado la categoría de retórica de campaña para convertirse en acciones concretas desde el Ejecutivo, sino que lo han…

Distinto a lo que muchos esperábamos, varias de las propuestas de política más altisonantes de Donald Trump no sólo han rebasado la categoría de retórica de campaña para convertirse en acciones concretas desde el Ejecutivo, sino que lo han hecho a una velocidad alucinante.

En materia económica, destacan dos cosas: la Orden Ejecutiva (decreto) que retira a Estados Unidos del Tratado Trans-Pacífico (TTP), un mega acuerdo de libre comercio entre 7 países de Asia y 5 de América, y que estaba pendiente de ratificación por la mayoría de los parlamentos de los países firmantes, y la declaración de intención de renegociar los términos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA por sus siglas en inglés).

¿De vuelta al Siglo XX?

Aunque el retiro del TTP era esperado, el hecho de que haya sido una de las primeras órdenes ejecutivas sin que haya habido esfuerzos previos de renegociar para modificarlo, y de las declaraciones sobre el alto interés de renegociar el TLCAN hayan sido acompañadas de temerarias propuestas de imposición ilegal de aranceles sobre las importaciones desde México, apunta a una intención inequívoca de reconfigurar la participación estadounidense en la economía mundial, y de desandar el camino andado a lo largo del último cuarto de siglo.

Se supondría que el próximo objetivo en materia comercial sería retirarse de la negociación del Tratado Trasantlántico de Comercio e Inversión (TTIP porsus siglas en inglés), otro mega acuerdo de libre comercio, esta vez entre los países de la Unión Europea y Estados Unidos. No obstante, esto debería ser menos problemático porque la aparente amenaza a los puestos de trabajo estadounidenses es menor y porque las negociaciones del TTIP ya están empantanadas por mérito propio.

De allí, y de las referencias de Trump a los objetivos de recuperar la producción y los empleos manufactureros, se tiene la impresión de que Trump quiere volver a un mundo que fue vibrante hace ya más de medio siglo, pero que dejó de existir hace unos veinte años y que difícilmente resucitará; un mundo en donde la producción manufacturera era fundamentalmente realizada dentro de las fronteras nacionales, y en el que, comparado con hoy, se usaba intensivamente mano de obra.

La realidad de las redes globales de producción

Pero una combinación de cambios tecnológicos y de políticas comerciales transformó ese mundo en otro, en uno en el que los procesos productivos se han fragmentado geográficamente, y en el que una significativa proporción de la producción global de manufacturas se realiza en cadenas o redes internacionales de producción. Esto significa que, distinto al mundo industrial que funcionó hasta los setenta, en el que la elaboración de un producto se realizaba entera o casi enteramente dentro de las fronteras nacionales, hoy esos mismos productos u otros de mucho mayor complejidad, se fabrican en procesos que involucran a muchos países o territorios.

Esto ha sido posible por dos razones. Primero, porque la tecnología disponible permite coordinar con muchísima precisión procesos de transformación de materiales, de ensamblaje, y de transporte, almacenamiento y distribución que se ubican a cientos o miles de kilómetros de distancia, haciendo posible producir muchas partes de un mismo producto en múltiples lugares, e irlos transportando y transformando hasta que llegan a los mercados de destino. Segundo, porque las economías se han abierto, han reducido enormemente las barreras al comercio y los impuestos, y han cambiados sus legislaciones y políticas para facilitar esos procesos, atraer inversiones e impulsar las exportaciones.

El resultado ha sido que se ha generado un densísimo tejido económico global, un elevado nivel de interdependencia económica y productiva entre los países, y mucho mayores niveles de eficiencia y productividad.

Que no haya duda: el costo económico y social de ese proceso fue brutal. Esfuerzos de desarrollo e industrialización fueron truncados, millones de empleos se perdieron, decenas de Estados fueron debilitados y millones quedaron marginados, algunos de ellos en los países ricos.

Otros se beneficiaron mucho, en particular los más ricos de los países ricos, que fueron más libres en colocar sus inversiones alrededor del globo y que se beneficiaron de bajos impuestos. También los más educados que lograron adaptarse al cambio tecnológico, capturando los nuevos empleos que se crearon, y millones en Asia, cuyos Estados tuvieron la audacia de educar, proteger selectivamente la industria, promover activamente las exportaciones, impulsar un aprendizaje tecnológico de base amplia y redistribuir la riqueza.

El costo de la disrupción

A estas alturas del juego, pretender compensar a los perdedores deshaciendo ese complejo entramado económico para volver a la economía de la mitad del Siglo XX es simplemente impensable. Los gobiernos, incluido el estadounidense, no solo tienen la potestad sino también la obligación de promover la creación de empleos y de rescatar a quienes fueron marginados y excluidos en ese proceso. Pero también tienen la responsabilidad de hacerlo con sensatez.

Sin embargo, todas las señales que está dando Trump, antes y después de ser presidente, es que lo pretende hacer de una forma muy disruptiva y exorbitantemente costosa no sólo para Estados Unidos sino para el mundo. Esto, por dos razones. Primero porque por lo que parece apostar no es por ajustes selectivos, sino por una transformación completa de la política comercial estadounidense de golpe y porrazo. Segundo porque por el peso económico de Estados Unidos, y la posición dominante que ocupan sus empresas en esas cadenas globales de producción, las pretensiones de Trump equivaldrían transformar el sistema de comercio mundial, lo cual generaría enormes tensiones económicas dentro y fuera de Estados Unidos.

La nueva política comercial que atisba simplemente desconocería las fuertes interdependencias entre los sectores productivos del mundo, y cercenaría los tupidos vínculos productivos entre empresas de su país y del resto del mundo construidos por años, desconociendo las ganancias y ventajas de la producción en redes globales, y resquebrajando el sistema internacional de comercio que Estados Unidos mismo contribuyó a construir por cerca de tres décadas, incluyendo el GATT y la Organización Mundial del Comercio (OMC). No es que sea un sistema justo, de hecho, ha sido particularmente injusto con los países más pobres, pero su destrucción antes que su reforma apuntaría al caos y la guerra comercial generalizada en la que todos los países perderían.

Aunque se percibe como extremadamente difícil que Trump logre eso en una extensión notable, los intentos mismos ahuyentarán inversiones y generarán incertidumbre. Peor aún, en el intento, la ignorancia y la torpeza en el manejo de este delicado asunto ya son evidentes y exacerban esos costos. En el caso de la relación con México, Paul Krugman calificó el comportamiento de Trump y su grupo al respecto como el de “niños malcriados jugando con armas”.

Las implicaciones geopolíticas

Junto a los costos económicos, la postura del nuevo gobierno estadounidense puede tener enormes implicaciones geopolíticas porque significaría el inicio de un proceso de introversión difícil de imaginar que generaría importantes vacíos.

En la medida en que restrinja sus vínculos económicos globales de la forma en que lo está planteando y en la medida en que se le perciba como un socio poco confiable o menos interesado en ser referente o ejercer poder, Estados Unidos vería acelerar la pérdida de su liderazgo y su capacidad e influir en las decisiones de los demás, incluyendo aquellas que se toman en colectivo, en el marco de conferencias o convenciones internacionales o de Naciones Unidas. La mayoría de los países empezarán a mirar hacia otros lados, principalmente dentro de sus regiones o en regiones adyacentes, buscando socios y actores que llenen el espacio dejado por ese país, y unos pocos, los de mayor tamaño, China en particular, pretenderán ocuparlos, aunque su capacidad para hacerlo es incierta y el proceso podría generar crisis intensas.

Por ejemplo, Canadá y la Unión Europea han reafirmado el propósito de finiquitar un acuerdo de libre comercio conocido como CETA. Por su parte, México, Chile y Perú ya han dicho que ante la salida de Estados Unidos del TTP, estos querrían alcanzar negociaciones bilaterales con el resto de los socios, mientras que Japón y Nueva Zelanda han expresado su interés de avanzar con la ratificación del TTP sin Estados Unidos.

En ese contexto, China se podría posicionar como la gran ganadora. Aunque su influencia más significativa se percibe en Asia, en especial de ahora en adelante que Estados Unidos abandonó el TTP, África y América Latina forman parte de su agenda económica y política desde hace tiempo, y los lazos políticos y económicos con esas regiones se han robustecido. Mientras tanto, en consonancia con sus posturas históricas, Rusia procuraría reafirmar su influencia sobre la región euroasiática.

Entraríamos en un mundo desconocido, fascinante y lleno de oportunidades, pero también riesgoso.

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