Se acerca la hora cero. Cuando se publique mi próxima columna, a principios de la semana venidera, ya conoceremos los resultados de la decisión popular frente a las candidaturas que se han presentado a la consideración del electorado en los niveles presidencial, legislativo y municipal. En ese mismo escenario, ya tendremos el pataleo y la resaca de los perdedores, algunos de los cuales estarán reticentes a aceptar el veredicto de la gente, que ha de serles adverso. Como he escrito antes, es el síndrome permanente del “me hicieron fraude” y el desconocimiento adrede de que a las urnas se acude a ganar o a perder. Después de todo, sin embargo, tenemos que estar preparados para festejar esta celebración democrática y cívica que, aún con sus imperfecciones, nos brinda la oportunidad de seleccionar a nuestros gobernantes. La suerte está echada. Todo está consumado. Suerte a los competidores…
Marchas de cierre
Contrario a otras épocas, los políticos en campaña se han decidido esta vez por las marchas-caravanas antes que por los mítines multitudinarios para cerrar el proselitismo previo a los sufragios. Eso ya pasó igual en algunas de las más recientes campañas electorales y hubo la justificación de que se debía a razones puramente financieras. Esta vez, sin embargo, aunque se argumentan las mismas razones, uno de los estrategas de campo que actúa con más intensidad en el proceso me confió que hubo intentos por cerrar con mítines de la naturaleza de los que hacían el presidente Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez, pero se impuso la posición de seguir con marchas-caravanas por temor a que esas concentraciones no pudieran tener el efecto buscado, ya sea porque no se pudiera reunir el público esperado o porque los núcleos de activistas partidarios no se sintieran motivados lo suficientemente como para movilizar gente en masa, amén del elevado costo que ello conllevaría. La realidad es que todo está terminando a golpe de marchas y caravanas…