Pase lo que pase hoy con el permiso de Robinson Canó, los seguidores del deporte, no solo los amantes del béisbol, deben agradecer su gesto de jugar pelota aquí, tomando en cuenta su estatus de súper estrella en las Grandes Ligas.
Según José Serra, gerente general de las Estrellas Orientales, Canó se despide hoy en San Pedro de Macorís, pues los Marineros de Seattle sólo dieron permiso para jugar cinco encuentros, tal y como se había informado desde el principio.
A sabiendas de que ese caso evoluciona a medida que pasan las horas y que, incluso hasta después del juego de esta noche, el permiso de Seattle puede llegar, tengo que decir que estoy muy escéptico con esto y no creo que suceda.
Es verdad que resulta increíble creer que una organización cumpla al pie de la letra su decisión, especialmente frenando a un pelotero en plena serie final. Sin embargo, tengo que decir que cuando se trata de una inversión como la que los Marineros han hecho en Canó (240 millones de dólares) importa poco si se trata de una serie final, temporada regular o playoffs.
Seattle protege su inversión, no es cosa del otro mundo. Debemos sentirnos privilegiados de haber visto un jugador de la estirpe de Canó en nuestra pelota invernal, así que solo resta darle las gracias a Canó, que ganó sus cuatro partidos anteriores y bateó como nadie.
El pelotero hizo lo que tiene que hacer un grande ligas de su linaje, no debe ser sorpresa para nadie, pues la distancia entre la liga y él es abismal. Habrá que ver si él se mantendrá uniformado en el dugout del conjunto de San Pedro de Macorís, al menos durante los juegos como locales, ya que todos sabemos que él también puede aportar desde esa posición.
Me pregunto lo anterior porque he sabido que Robinson tiene planeado viajar a Seattle a principios de semana para cumplir compromisos con los Marineros, que tienen su ‘fanfest’ para el sábado y domingo próximos.
Muchos dirían que, como están jugando las Estrellas, que tienen la serie final 2-0 con una racha de ocho victorias, no necesitan a Canó.
Sólo respondería con un refrán muy popular: “A nadie le amarga un dulce”.
