Desde hace varios años se vienen dando cambios en nuestra sociedad que parecería que han dejado de preocupar a la mayoría de los dominicanos.Los titulares de los periódicos no duran más de un día y parecería que son más importantes las banalidades que las soluciones profundas que amerita nuestro país.
Precisamente me decidí a escribir del tema e incluso cambié el artículo que tenía ya preparado cuando, como siempre, leí la columna del gran amigo y periodista Rafael Molina Morillo, que título “¿Sandeces o reflexiones?”.
Cuando sus amigos le cuestionaban porque muchas veces escribía sandeces cuando había tantos temas que ellos consideraban de actualidad y mucho más importantes de ser tratados por el veterano intelectual, este les refiere “que no quiere perder su simple condición de persona normal y por eso escribe sobre temas serios o triviales, según sea su estado de ánimo del momento al sentarse frente al computador”, está dando a sus amigos y lectores una lección de que aún no ha perdido su capacidad de asombro y mucho menos, como bien dice, la condición de persona normal.
Termina cuestionando si lo que decía en su espacio de “Mis Buenos Días” podría considerarse una tontería o una simple reflexión. Lejos de ser una tontería es una gran reflexión que debemos hacernos todos, cuando perdemos esa condición de humanos comunes por el ambiente que nos rodea, por el poder o por las riquezas.
Cuántos no son en nuestro país los que han perdido su sensibilidad frente a la pobreza, cuántos no han olvidado los principios por los que juraron defender aquello que profesaron por años.
Cuántos han olvidado sus votos de pobreza y castidad o como bien ha dicho el Papa Francisco “cuando la riqueza y la mundanidad se convierten en el centro de la vida hacen perder al hombre su identidad”.
¿No será eso lo que le está pasando a nuestra sociedad? Ya los asaltos son parte de la vida cotidiana, el narcotráfico está a la vista de todos y nos hacemos de la vista gorda. Se enriquecen políticos y empresarios, sindicalistas, miembros de la sociedad civil, unos en base a la corrupción, otros en base a la evasión y a nadie parece preocuparle.
Se pierden miles de empleos porque no se crean las condiciones necesarias y lo vemos como algo normal del mercado y su competencia.
La deserción escolar y la baja calidad nos impiden ser competitivos y cada vez somos mejores importadores que productores y hay quienes se atreven a decir que es por culpa de las ganancias excesivas cuando el comercio y la industria cierran sus puertas con mucho más rapidez cada día.
Tanto el gobierno como el sector privado pagamos salarios de miseria y no terminamos de ponernos de acuerdo de cómo en común hacer crecer la economía, reducir los gastos superfluos y crear una sociedad más justa.
Los libros de textos y los planes decenales de educación se cambian cada año y no logramos sacar a nuestra población de la peor de las pobrezas que es la intelectual.
Nuestros adolescentes cada día desertan más antes de terminar la secundaria y es más frecuente cada vez las madres menor de edad, lo cual vemos pasar con indiferencia.
Vemos cómo algunos medios de comunicación y comunicadores llenan sus arcas en base al chantaje y el lenguaje obsceno sin que una autoridad ponga un freno para que nuestros hijos y nietos aprendan cultura y no las sandeces que a diario estamos obligados a ver o escuchar.
Es la época de los pantalones rotos, de la conversación de palabras cortadas, de que la tecnología acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca.
En conclusión, vivimos una generación cansada, sin hacer nada, que no se asombra por nada y que no sabe exigir ni protestar. Pero mientras tengamos personas como Rafael Molina Morillo que quieren seguir siendo humanos y puedan ser referentes morales sin perder su condición de simples mortales hay esperanza de que no todo esté perdido y que sí hay quienes aún mantienen su capacidad de asombro.