Las informaciones más recientes respecto a la dinámica de la epidemia en el continente y en el país apuntan a un panorama económico y social devastador. Mientras Estados Unidos y América Latina se han convertido en el nuevo epicentro del virus en el mundo, los organismos internacionales han pronosticado caídas en el nivel de la actividad económica y del empleo y aumentos de la incidencia de la pobreza mucho más elevadas que las que hicieron apenas hace tres meses.
La epidemia en alza
Aunque el número de casos reales en la República Dominicana no es efectivamente conocido y ni siquiera parece que tengamos una idea aproximada, la evidencia disponible sugiere que está ocurriendo un incremento dramático del número de contagios, especialmente a raíz de la flexibilización de las medidas de distanciamiento social.
El número de nuevos casos detectados por día se ubica por encima de mil, tres veces más que durante la primera semana de junio, el número de fallecidos por día se ha más que duplicado, el número de casos activos (positivos descontando los recuperados y los fallecidos) se ha multiplicado por 2.7 en apenas un mes y la tasa de positividad, esto es, el porcentaje de casos positivos con respecto a las pruebas realizadas subió desde 21% hasta 24%. Pero, además, la capacidad de atención de los casos que requieren cuidados hospitalarios está muy cerca de ser agotada, especialmente en los grandes centros urbanos del país.
La economía en caída libre
Por su parte, las proyecciones del crecimiento para 2020 son espeluznantes. El FMI predice una caída del PIB mundial de casi 5%, de más de 10% para la Zona Euro, de 8% para Estados Unidos y de 9.4% para América Latina y el Caribe. Las nuevas predicciones de la CEPAL para el crecimiento de la región son similares a las del FMI. Predice una caída de la actividad de 9.1% y para el Caribe una contracción de casi 8%.
Para la República Dominicana, la CEPAL hizo una rebaja significativa de su pronóstico de crecimiento y lo ubicó en -5.3%. De hecho, hasta mayo, la actividad económica había caído en 8.8% respecto enero-mayo de 2019 debido a la reducción en casi 30% en abril y en 13.6% en mayo. Como reflejo de eso, el organismo predijo que la proporción de población en pobreza monetaria subirá desde 20.3% hasta 24.7% y la proporción en pobreza monetaria extrema desde 4.5% hasta 6.7%.
Doble choque, otra vez
Todo parece indicar, sin embargo, que ni siquiera esas predicciones se sostendrán y que la caída en la actividad y el incremento en la desocupación y la incidencia de la pobreza serán aún mayores. Por un lado, habrá un nuevo shock doméstico. El acuerdo político entre el gobierno saliente y el entrante para reintroducir el estado de emergencia y los aparentes consensos que existen apuntan a que habrá nuevas medidas de distanciamiento social y el proceso de reapertura retrocederá. Muchas actividades productivas se mantendrán cerradas y otras que habían reiniciado operaciones se verán obligadas a cerrar nuevamente.
Por otro lado, el shock externo se prolongará. En otras partes del mundo, incluyendo varios estados en Estados Unidos, nuestro principal mercado de exportaciones, y de origen de turistas y de remesas, también están reintroduciendo medidas de distanciamiento. Informes preliminares sugieren que el arribo de turistas a raíz de la reapertura de los aeropuertos ha estado por debajo de lo esperado. Ya no sólo se trata del impacto de la epidemia en los mercados emisores sobre el turismo. También del incremento del contagio doméstico que ahuyenta turistas.
Si, además de eso, la recuperación en Estados Unidos tarda mucho más porque la epidemia no cede, la recuperación de los arribos será muy larga. Y si el programa federal de asistencia a desempleados en ese país no se prolonga más allá de mayo, las remesas retrocederán irremediablemente. En mayo y junio, las remesas dieron un salto debido esos ingresos adicionales pero su sostenimiento es muy incierto.
Todo lo anterior significa que muy atrás está quedando la idea de que habrá una recuperación rápida o de que la depresión no será muy profunda.
Las respuestas inmediatas
Sin embargo, el cambio no se trata solamente de los números inmediatos y la duración de la crisis no terminará dependiendo exclusivamente de lo que tarde en recuperarse la economía mundial. Como se ha dicho antes, esta crisis tiene una enorme capacidad destructiva del aparato productivo, mucho mayor a la de una convencional.
Por ello, aunque las respuestas inmediatas a la crisis se parezcan en naturaleza a las de otras crisis, no así en tamaño pues deberán ser mucho más grandes y agresivas, éstas deberán estar acompañadas de otras de mediano plazo que contribuyan a reconstruir empresas y tejido productivo. Créditos blandos dirigidos, apoyo al aprendizaje tecnológico, provisión infraestructura básica y apoyo para la capacitación laboral podrían ser algunos de los ejes más relevantes de un programa de reconstrucción productiva.
En lo que respecta a las respuestas inmediatas, basta citar, reescribir y adaptar algunas de las propuestas por la CEPAL en su reciente informe del 15 de julio:
– Sostener un ingreso básico para la población en pobreza por un período de tiempo suficientemente largo. En la República Dominicana significa prolongar el programa de transferencias monetarias aumentadas lanzado hace unos tres meses;
– En adición a las generales, proveer transferencias complementarias a la población más pobre en riesgo de padecer hambre. La CEPAL y la FAO han propuesto que éste sea equivalente al 70% de la línea de pobreza regional, unos 67 dólares por hogar. La distribución de alimentos, como la que se hace a través el INABIE y el Plan Social, pueden ser una alternativa siempre que la asignación responda a criterios relacionados con el riesgo. Es poco probable que el valor de los alimentos provistos por esos programas sea de esa magnitud y no está claro que la focalización de esa asistencia responda a esos criterios;
– Prolongar los subsidios al empleo, como se hace en una de las modalidades del Programa FASE, con el objetivo de sostener la ocupación. El desafío es hacer del subsidio uno eficiente identificando lo mejor posible las actividades o empresas en las que, en ausencia del subsidio, los puestos están en riesgo de desaparecer;
– Proveer apoyo monetario por parte del Banco Central a las entidades financieras para fines estrictamente relacionados con la provisión de períodos de gracia, plazos más largos y el refinanciamiento de créditos para las Mipymes;
– Impulsar un amplio programa recuperación de la demanda y la producción a través de un aumento drástico del gasto público y de estímulos tributarios focalizados a las Mipymes. Como se ha discutido antes, éste debería poner énfasis en promover la producción de actividades con alta capacidad de arrastre de otras actividades y/o con una reducida propensión a estimular las importaciones. Esos son los casos de la construcción y la agricultura; y
– Mantener una política monetaria expansiva que contribuya a asegurar costos financieros menores, sin dejar de resguardar la estabilidad de precios y del tipo de cambio. Hay que pensar en mecanismos innovadores para evitar que el sistema financiero y agentes privilegiados sean quienes terminen beneficiándose del dinero barato.
A más largo plazo
A más largo plazo, estamos obligados a pensar en hacer algunos cambios profundos a los arreglos económicos actuales. Valga esta ocasión para mencionar solo dos. En primer lugar, hay que tomarse mucho más en serio la discusión sobre introducir una renta básica universal y permanente para todos o casi todos los hogares, así como el aseguramiento universal en salud.
La crisis ha mostrado la importancia de fortalecer la protección social. Que en estas circunstancias las transferencias monetarias hayan alcanzado a cerca de 8 millones de personas no es poca cosa. Seguramente ha sido de una enorme ayuda para sostener el ingreso, el consumo y la dignidad de las personas en un momento tan difícil. Fortalecer, perfeccionar e institucionalizar los mecanismos para proveer de una renta básica para todos podría ser un gran paso en la dirección de reducir desigualdades y lograr mayores niveles de cohesión social. Ciertamente, para ello hay que contar con finanzas públicas suficientes y sostenibles.
En segundo lugar, hay que repensar el rol de las finanzas en el desarrollo. La salida de capitales en el contexto de la crisis está vaciando de dinero a muchas economías en desarrollo y está desestabilizando sus monedas. Las operaciones financieras sin controles ni regulaciones efectivas son una fuente de inestabilidad extrema, tanto a nivel local como internacional. No se trata de volver a esquemas de controles bancarios represivos sino de proveer un marco regulatorio que, en un contexto de flexibilidad y grados de libertad suficientes como para garantizar rentabilidad y sostenibilidad, permita que las finanzas funcionen a favor del desarrollo, en vez de comprometerlo, como frecuentemente sucede y que impida que la dinámica especulativa y rentista se imponga sobre la producción y el empleo.
Hay otros elementos que habrá que repensar como la necesidad de superar el trabajo precario, el rol del Estado y su relación con las empresas (las cuales frecuentemente reniegan de él en la bonanza, pero reclaman que las salven durante las crisis), cómo construir empresas más resilientes y comprometidas con sus sociedades y su gene y cómo transitar el cambio tecnológico sin morir en el intento. Esas reflexiones quedarán para otra ocasión.