A raíz de la epidemia viral que ha puesto de hinojos a todo el mundo, hay que ver como la sociabilidad, una de las propiedades esenciales de la gente, en tanto permite teorizar sobre la persona en general, pero entonces esa misma característica tautológica, luego de ser una fortaleza, por cuanto dio cabida a la creación de las sociedades modernas, pasó ahora a convertirse en una debilidad de nuestra especie viviente, por cuya razón ha sido necesario decantarse por enclaustramiento solipsista o nucleamiento familiar, so pena de quedar la humanidad diezmada por contagio letal en suelo nativo y continental.
He ahí una antífrasis del existencialismo humano, lo cual permite traer a colación al genio de Carlos Marx, quien preconizó que nada resulta tan bueno que no tenga algo malo y viceversa. Pues bien, esto también aplica para la propia epidemia agobiante del mundo. Esto así, porque cada integrante de la especie humana, ora en enclaustramiento solipsista o en convivencia familiarmente nuclearizada, ha tenido la ocasión de meditar frente a la presencia del coronavirus, cuyo contagio exponencial ha causado honda preocupación en todos nuestros congéneres.
Tan honda parece la preocupación que hay decires cognitivos por doquier, por cuanto cabe ver en esto una especie de pandemónium, debido a la elaboración de teorías a granel que versan sobre la aparición del COVID-19, cuyo origen supuestamente provino por zoonosis, a través del murciélago o pangolín de Malasia, pero también existen conjeturas conspirativas de que el virus pudo ser manipulado en laboratorios experimentales por interés estadounidense o chino, dos naciones hegemónicas con inusitado poder económico que luchan entre sí por dominar el mundo.
Entre cuarentena y cuaresma, el tiempo otrosí fue suficiente para poner de presente a Su Santidad León XIII, conocido en el mundo seglar como Vicenzo Luigi Pecci, quien bajo su pontificado pronunció la encíclica rerum novarum que data del 15 de mayo de 1891, pionera de la doctrina social de la Iglesia Católica, cuyo contenido trató sobre la versión industrializada del capitalismo salvaje, imperante a la sazón en Europa, tras abordar la justicia u organización social, situación obrera y salario justo de los trabajadores.
Tanta repercusión causó esa pieza retórica de abolengo canónico que los tres últimos sucesores de León XIII, Karol Wojtyla, Joseph Ratzinger y Jorge Bergoglio, pontificalmente identificados como Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco a secas, han vuelto a discurrir sobre el capitalismo salvaje en posteriores encíclicas para seguir incrementando el acervo de la doctrina social de la Iglesia Católica con otros tópicos de igual interés, tales como el libre mercado y la problemática ecológica.
De tales encíclicas papales, cabe derivar tres instituciones básicas, a saber: Estado, mercado y sociedad, cuya sinergia tripartita tiene que ser tan sublime que permita reivindicar los valores esenciales de la dignidad humana, proclamados desde la revolución francesa hasta nuestros días, entre los cuales ha de sobresalir la fraternidad que trasunta la solidaridad, por cuanto se trata de una garantía material que aún sigue a la zaga de otros derechos fundamentales, por haber padecido desigualdad desarrollista en las teorías socio-jurídicas.
Para cuando termine la epidemia viral, cuyo rango quedó situado en pandemia, por cuanto cubre casi todas las latitudes territoriales de los seis continentes, entonces habrá que reconstruir las economías tanto de las naciones centrales como de los países periféricos del gran capital. Esto así, porque hay indicadores agoreros de la profunda recesión crematística que vendrá, debido a la parálisis de los sectores productivos y de servicios; de los envíos de remesas e inversión foránea, entre otras fuentes de la macroeconomía.
De frente a la crisis postrera, el Estado social y democrático de derecho, por imperativo categórico, habrá de impedir que el mercado vuelva a quedar regulado mediante la archiconocida mano invisible, ínsita en el liberalismo económico tradicional y de nuevo cuño, remedando entonces la vida selvática, donde cualquier animal dominante devora a su propia especie.
Bajo la imagen parangonada con una economía de posguerra, cabe finalmente revertir el papel anterior del Estado para que entonces al socaire de la solidaridad, favorezca a la sociedad en su estratificación necesitada, cuya piedra angular vendrá a ser la colaboración supranacional, gestionándose un Plan Marshall replicado, con el aval del Fondo Monetario Internacional, sin soslayar las instituciones multilaterales del financiamiento interestatal.