Ahora, cuando ya nos encontramos casi tres décadas dentro del siglo 21, también nos hallamos después de dos siglos de hipócrita política del naciente imperio de entonces a un viejo morón venido a lo social y lo universal por el odio racista y el discrimen del único pueblo del planeta Tierra de percepción, compromiso de misión y de historia de promoción del humano como ente libre, peor que la de su gobierno. Pueblo que entrega triunfo de mandante a personaje de inteligencia en los linderos del homínido, morón que a gusto se comunica con la juguetería del infante, el cinismo del tonto, la sabiduría de lo inerte y la vacuidad del ignorante.
Es personaje incapaz de entender el comportamiento humano, de conocer la diferencia entre la mentira y la verdad, de discriminar contenidos de las ciencias, la sociología, la historia, las artes; de comprender las discrepancias entre épocas y etapas etarias, de confundir la decisión del colegio electoral con la preferencia electoral de su pueblo demócrata y ésta con selección de la divinidad que jamás ha otorgado a personaje alguno los poderes absolutistas relatados tal como el castigo de destrucción de la humanidad merecido por el hombre por apartarse de la ley divina.
Aun así, Donald Trump aprovecha su debut en sociedad para estrenar un traje de Dios omnipotente, omniciente y omnimandante que se hizo elaborar en concordancia con su arrogante autoconcepción, para arremeter su furia de poseedor de armas de absoluta capacidad de destrucción de la vida planetaria para amenazar a naciones pequeñas de territorio, de población y de poder militar con el exterminio. A una, Corea, porque a su patria le ganó una insignificante guerra y nunca se ha arrodillado, la amenazó con la siguiente expresión: “Estados Unidos tiene una gran fortaleza y paciencia, pero si nos vemos forzados a defendernos o a nuestros aliados, no tendremos más remedio que destruir totalmente a Corea del Norte”; a otra, Venezuela, porque el pueblo de Venezuela no solo fue el primero en alertar al resto de las Américas sobre la amenaza que para los demás presentó desde el inicio la federación de Estados Norteamericanos, sino también por su negativa a cesar su trayectoria política presente por la voluntad de poder extranjero. No debe extrañar la inclusión de Bolivia pero sí la exclusión de Colombia, cuyas fuerzas policiales responden al mando del imperio mediante la persecución y el asesinato de sus habitantes de la ruralidad, quienes viven del cultivo de la coca cuyo alcaloide, la cocaína, tiene como principal objetivo mercológico en los Estados Unidos de Norteamérica, al adicta consumidor final.
Parecería indudable que el capitalista Trump no solo no es ente divino, ni creyente en ideología que no sea la que Adam Smith definió en sus ensayos teóricos de hace siglos que entonces mostraron al mundo los rasgos del humanoide con quien aquél hoy se identifica, mientras alerta a las demás representaciones nacionales con estas palabras: “En Estados Unidos, no buscamos imponer nuestro modo de vida a nadie”, para, a continuación, contradecir esa máxima con amenazas al “pequeño grupo de regímenes rebeldes” a los que considera “un flagelo” para el planeta, porque “no respetan ni a sus propios ciudadanos ni los derechos soberanos en sus países”.