No pocas personas se preguntan sobre lo que va a cambiar en el mundo a raíz de la pandemia del SARS COV 2. Nos preguntamos si, por motivos de seguridad y salubridad, la forma en que producimos y consumimos cambiará y si la producción volverá a crecer de la forma en que lo hizo a lo largo de las últimas décadas. También si, por las mismas razones, adoptaremos formas distintas de interactuar y relacionarnos y si la política, los estados y las políticas públicas se transformarán de alguna manera importante.
La verdad es que no hay respuestas claras para esas preguntas. Simplemente no sabemos lo que pasará. Es claro que las cuarentenas le han dado un batacazo sin precedente a la economía mundial. También que en varios países el número de fallecimientos por COVID 19 ha sido alto. Sin embargo, muy probablemente las cuarentenas terminarán siendo relativamente cortas y no producirán cambios drásticos en las percepciones, las conciencias y los comportamientos. Estos son los fundamentos de transformaciones de largo alcance.
No obstante, la necesidad de lograr transformaciones significativas que reduzcan las vulnerabilidades en la salud y la economía es bastante obvia. En el país y en el mundo hay al menos cuatro grandes aspectos que ameritan golpes de timón. Lo ameritaban desde antes de la epidemia y con ella se ha hecho más evidente.
Humanidad y ecosistemas
El primero es la relación entre la humanidad, la naturaleza y los ecosistemas. Como se ha dicho tantas veces, debemos de dejar de fregar con la naturaleza y dejar de interferir en los ecosistemas naturales de la forma en que lo estamos haciendo.
Hay bastante certeza de que el origen del SARS-COV-2 fue un virus presente en especies animales silvestres que se trasmitió a humanos en un mercado donde se comerciaba con estas especies y mutó. Fue, por lo tanto, el resultado de la explotación comercial de animales silvestres. En la literatura especializada, ese fenómeno se conoce como derrame o desbordamiento. Esta no ha sido la primera ocasión en que ha sucedido. Otros ejemplos de virus con orígenes parecidos y que se transformaron en epidemias fue el SARS, el MERS y el Ébola.
Es por eso por lo que la pandemia del SARS-COV-2 debería obligar a darle un nuevo impulso a los esfuerzos por repensar y reconstruir las relaciones entre humanidad y naturaleza. La sanitaria se suma a las otras crisis planetarias causadas por el uso indiscriminado de los recursos naturales tales como el calentamiento global como resultado de continuo crecimiento de los gases de efecto invernadero, la contaminación por desechos de la producción y el consumo, incluyendo el vertido de plásticos y de sustancias contaminantes en mares y océanos, y la depredación de recursos naturales como bosques y acuíferos.
Como se ha dicho tantas veces, la forma en que producimos y consumimos está destruyendo la base material de humanidad que es el planeta y sus recursos, ha trastornado el clima exacerbando los fenómenos extremos y destruyendo, con cada vez más frecuencia, riquezas y vidas. A pesar de eso, continuamos diciendo, y lo peor, creyéndonos, que cuando aumentamos la producción y el consumo, estamos progresando sin hacer clara conciencia de que, en muchos sentidos, nuestra calidad de vida se deteriora. El SARS-COV-2 es una expresión más de eso.
Valga la siguiente aclaración: decir que producir más implica más contaminación y otros efectos ambientales negativos no es equivalente a abogar por producir menos, sino más bien por producir y consumir de forma distinta, tal como lo expresa el Objetivo de Desarrollo Sostenible 12 sobre producción y consumo responsables.
El bienestar de las personas y la salud en el centro
El segundo es también reiterativo: hay que poner a las personas en el centro de los esfuerzos de desarrollo, empezando por la salud. Esto implica avanzar en la construcción de un buen sistema de salud, con capacidad de atención y fundamentado en dos cosas: la prevención y la atención primaria.
Por muchos años el sistema de salud se ha fundamentado en la atención individual y especializada y con un elevado peso de las relaciones de mercado porque en mucho se percibe la salud como un problema individual o privado antes que público. El resultado ha sido que la prevención no ha ocupado un lugar privilegiado ni tampoco la atención primaria.
El problema de esto, como lo está demostrando la COVID 19, es que una parte importante de los problemas de salud tiene una naturaleza colectiva, como por ejemplo las afecciones causadas por virus o por contaminación. Las barreras sociales o la capacidad individual de compra no los detiene por lo que enfrentarlos requiere, antes que todo, de esfuerzos preventivos colectivos antes que individuales curativos. Esto incluye esfuerzos por fortalecer la salubridad pública y la preparación frente a las epidemias.
Además, nueva vez, se hace evidente la necesidad de universalizar la cobertura de la seguridad social en salud y de “profundizarla”. Esto último significa que la cobertura por persona en términos del acceso efectivo a servicios y medicamentos debe ser mucho mayor. El monto de recursos por persona para financiar el Seguro Familiar de Salud es muy bajo, especialmente en el régimen subsidiado. Esto ha generado un mercado de aseguramiento complementario que ha terminado por segregar la calidad de la atención en base a la capacidad de compra de las personas. Eso es simplemente inaceptable.
Una economía más productiva, incluyente y resiliente
El tercero es avanzar en la construcción de una economía mucho más productiva, incluyente y resiliente. Desde hace décadas el crecimiento de la economía dominicana se ha caracterizado por generar insuficiente desarrollo humano. La epidemia, además, está revelando la enorme fragilidad del aparato productivo.
Por una parte, entre el universo de empresas e iniciativas económicas, las MiPymes son y continuarán siendo las que más sufrirán las consecuencias de la crisis económica causada por la epidemia, y con ello, las personas que trabajan y dependen de ellas. Pero más que el tamaño es la precariedad de muchas de ellas lo que las hace vulnerables. La mayoría de ellas son, además, informales.
Superar la precariedad en las MiPymes debe ser un objetivo central de las políticas de desarrollo productivo. No se trata de formalizarlas sino crear las condiciones y los estímulos para que éstas se transformen y se hagan más productivas. La formalización terminará siendo un resultado de eso y no al revés, aunque la formalización pueda contribuir a ello de alguna manera. Los resultados simultáneos serían más y mejores empleos y actividades productivas más resistentes a los embates de shocks adversos como los climáticos, las epidemias o las crisis económicas.
Por otra parte, también deben tener un sitial particular los esfuerzos por reducir la vulnerabilidad externa. En el caso dominicano esta es muy elevada y lo podríamos sentir con mucha intensidad en los próximos meses cuando empiece a falta las divisas por el impacto de la epidemia en actividades clave del sector externo como el turismo, las exportaciones y las remesas. Aunque la pequeñez económica implica, por definición, un alto grado de vulnerabilidad, hay espacio para el fortalecimiento.
Por ejemplo, hay que poner el ojo en hacer más resiliente lo que tenemos. En zonas francas, al tiempo que le sacamos cada vez más provecho en aprendizajes y las movemos hacia operaciones más complejas que requieran personal más calificado y de mayores salarios, hay que anclar las inversiones, hacer que las corporaciones vean valor en quedarse, que les cueste irse para estar menos a la merced de decisiones corporativas buscando localizaciones de menores salarios y bajos impuestos. En turismo, lo de siempre: diversificar el modelo actual de grandes hoteles todo-incluido concentrados en un territorio del país hacia uno con oferta complementaria en otros territorios, de otros atractivos distintos al sol y el mar y con hoteles más pequeños. Esto puede reducir riesgos. Pero también hay que sustituir eficientemente importaciones y continuar diversificando la oferta exportadora, lo que supone impulsar escalamientos tecnológicos continuos que lleven de forma creciente a las empresas a ser capaces de competir en calidad y costos.
Erigir un Estado capaz
El cuarto y último es erigir un Estado capaz de proteger a las personas y de promover el desarrollo productivo en el sentido discutido arriba. Eso implica tres cosas. Primero, continuar fortaleciendo las capacidades técnicas del Estado. Hoy son mucho mayores que en el pasado, pero insuficientes.
Segundo, lograr que tenga las capacidades financieras necesarias para estar a la altura del reto. Eso significa recaudar mucho más y hacerlo con equidad, pero también gastar mucho mejor. En pocas palabras, el Pacto Fiscal pendiente.
Tercero, crear capacidades institucionales, lo que supone lograr fortalezas para cumplir y hacer cumplir reglas y procedimientos, reduciendo la discrecionalidad. También significa transformar la política y lograr un poder más distribuido y más democracia. Esa es la manera en que más capacidades y recursos se logran transformar en más y mejores resultados para la mayoría.
En síntesis, estamos obligados a cambiar para lograr una nueva relación con la naturaleza, un desarrollo centrado en las personas y su bienestar, una economía más resiliente, productiva e incluyente y un Estado más capaz y democrático. Es la agenda pre-COVID recargada.