En un artículo reciente afirmaba que el “prestigio internacional favorece al país y sus negocios, entre ellos al turismo. Una buena imagen en el escenario político mundial, principalmente en las organizaciones internacionales, es una importante contribución al posicionamiento turístico, que es uno de los principales motores de la economía”.

Ayer asistí al almuerzo de la Cámara de Comercio Domínico Americana, para escuchar a Roberto Álvarez, ministro de Relaciones Exteriores. Creía que la noticia sería alguna información sobre el desencuentro de la República Dominicana con su vecino Haití por el canal para desviar el río Dajabón. Casi al final Alvarez confirmó que seríamos la sede de la décima Cumbre de las Américas en 2025 y ya se trabaja el tema.

Lo de Haití es un gran reto y la Cumbre es la cita que reúne los mandatarios de todos los países de la región, por lo que seremos centro de atención de la prensa mundial, con una proyección positiva durante meses, una promoción extraordinaria como destino turístico. A pesar de esto, la parte más brillante de su charla fue el final, con una reflexión sobre lo que somos como nación, la riqueza intangible acumulada y qué hacer para como pueblo para cuidarla.

Álvarez dijo: “Para fortalecer nuestra política exterior debemos seguir construyendo a partir de nuestra identidad nacional, seguir cuidando y fomentando la estabilidad política que disfrutamos, una ventaja de la cual no gozan muchos otros países de la región”.

Nuestra nación se ha construido a sí misma y a partir de sí misma, con una identidad que empezó a forjarse hace más dos siglos y medio. Fraguada en las prédicas de Fray Antón de Montesinos; en el ideario de Duarte; en las vegas del Cibao; en los hatos del este; en las rebeliones de Enriquillo y de Lemba; en los sables de Luperón, Monción, Salcedo y Polanco; en las familias inmigrantes que han acrisolado la identidad dominicana; y en los fogones de los hogares dominicanos.

Esta cohesión ha sido un factor esencial en la formación social dominicana, que nos ha permitido superar exitosamente numerosos episodios adversos. Hemos tenido períodos de interrupciones en varios aspectos de nuestro desarrollo, con períodos de retrocesos siempre superados.

A pesar de las ocupaciones, desastres naturales, y otras calamidades, el pueblo dominicano nunca se ha sentido victimizado. Todo lo contrario, siempre ha manifestado con orgullo el control de su destino, aún en las horas más oscuras. El pueblo dominicano respeta los orígenes de todas las naciones; celebramos los episodios de grandeza que a través de los siglos han hecho avanzar la dignidad, la libertad y la humanidad de la persona. Pero el pueblo dominicano también respeta a las naciones por lo que construyen día a día, semana tras semana, mes por mes, año por año, década tras década. Es así como se forjan naciones prósperas, estables y democráticas. Ese, señoras y señores, es el sendero que hoy transitamos. Mientras más conscientes y orgullos de nuestros orígenes y más unidos frente al porvenir, mayor será la grandeza de nuestro futuro.
¡Gracias Roberto!

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