Generalmente, cuando se habla y se evalúan los impactos económicos y sociales de los procesos de apertura comercial que ha vivido el mundo, y en especial muchos países en desarrollo en décadas recientes, la atención se centra en las implicaciones en la producción y la estructura productiva, el empleo y los ingresos laborales, el consumo y el bienestar económico general.
Quienes defienden la apertura como un paso adelante hacia una buena política económica destacan que ésta contribuye a reducir los precios de las importaciones y con ello a facilitar el acceso a productos importados, a que la economía se especialice en aquellas actividades en las cuales es competitiva y con ello a incrementar el empleo, los ingresos reales y el bienestar. Todo lo anterior implica un mayor bienestar.
Quienes tienen una aproximación más crítica a las llamadas políticas neoliberales ponen énfasis en la destrucción del tejido productivo resultante, en la pérdida de empleos formales y de ingresos laborales, en la precarización laboral, en la incapacidad de la economía de reestructurarse de la manera prometida, en la reducción de la capacidad fiscal de los Estados con todas sus implicaciones, y en el aumento de las rentas de las grandes empresas y de los grandes empresarios y la exacerbación de la concentración del ingreso y de la riqueza.
La transición nutricional
Sin embargo, hay una creciente literatura que está poniendo la atención en las implicaciones de las políticas económicas en la salud y la nutrición. En paralelo con la adopción de políticas de corte neoliberal en las últimas décadas, se ha venido observando un significativo cambio en la dieta en muchos países de la región y otros de ingresos medios. El consumo de raíces almidonadas y cereales secundarios tradicionales se ha venido reduciendo, y se ha incrementado de forma notable la de carbohidratos refinados, azúcares añadidas, grasas y alimentos procesados de origen animal. A estos cambios Barry Popkin les ha denominado la “transición nutricional”.
El resultado de esa transición ha sido un incremento en el consumo de alimentos no nutritivos, una reducción del peso de alimentos más nutritivos y un significativo aumento en la prevalencia del sobrepeso y la obesidad. En la década pasada, la proporción de población en esa condición en América Latina y el Caribe creció a una tasa media anual de 1%. Además, se ha incrementado la incidencia de afecciones de salud vinculadas a una dieta alta en alimentos ultra procesados.
Aunque hay varios factores causales como la urbanización, el sedentarismo y el incremento en el nivel de ingreso, es muy evidente que esa transición nutricional ha sido acelerada por la implementación de políticas de apertura y liberalización que, junto a otras de desmantelamiento del apoyo estatal a la agropecuaria han resultado en un campo abierto para las corporaciones transnacionales que comandan las cadenas de suministro agroalimentario en el mundo (Cargill, Nestlé, PepsiCo, Danone, Sysco, Unilever, Kellogg y otras).
Estas corporaciones, en cuya oferta pesan mucho los carbohidratos refinados y otros alimentos ultra procesados, han logrado acrecentar su poder y su participación en el comercio mundial de alimentos y han aumentado su participación en la oferta alimentaria en los países en desarrollo. A esto se suma las políticas de facilitación de la inversión extranjera directa (IED) y del comercio de servicios que han permitido la penetración creciente de establecimientos de comida rápida cuya oferta es igualmente rica en alimentos menos nutritivos.
Dieta neoliberal e inequidad social
Gerardo Otero y otros han acuñado el término “dieta neoliberal” para referirse la relación causal entre las políticas neoliberales que han replegado al Estado, impulsado el abandono de las políticas de desarrollo agropecuario y de producción de alimentos y facilitado el accionar de esas corporaciones, y las nuevas tendencias dietéticas.
No obstante, estas tendencias afectan de manera diferenciada a pobres y a ricos. Mientras que, para estos últimos, la apertura pudo haber acrecentado la oferta de alimentos más nutritivos, generalmente de precios más elevados, para los pobres este tipo de alimentos parecen fuera de su alcance. Esto hace que esa población quede más expuesta a la dieta neoliberal sin que la prometida bajada de precios de los alimentos debido a la apertura se haya consumado.
La dieta neoliberal en los países del DR-CAFTA
En Centroamérica y la República Dominicana hay evidencia de que la dieta neoliberal se ha venido abriendo paso. Marion Werner, Profesora del Departamento de Geografía de la Universidad de Buffalo y quien escribe estamos colaborando en esta línea de investigación. Algunos resultados de nuestro trabajo para toda la región bajo el DR-CAFTA muestran que:
a) desde la implementación del DR-CAFTA, los alimentos procesados orientados al consumo final, especialmente los de Estados Unidos, ha sido la categoría de importación de alimentos que más rápidamente ha crecido en la región. A mediados de esta década, los alimentos semiprocesados y procesados explicaron dos tercios del total de importaciones;
b) las importaciones de carnes de todo tipo (pollo, cerdo, bovina y procesada) desde Estados Unidos han crecido de forma descomunal desde inicios de la década pasada, y el consumo aparente de pollo ha crecido de forma sostenida (se duplicó en 13 años) gracias al aumento de las importaciones y de producción industrial que usa intensivamente alimentos importados;
c) entre 2006 y 2016 la importación de papas procesadas desde Estados Unidos de los países del DR-CAFTA se multiplicó por tres;
d) la producción y las importaciones de grasas comestibles también crecieron de forma notable, mucho más que en el promedio de América Latina. Entre 2004-2005 y 2017-2018, el tamaño del mercado se duplicó en Guatemala, Costa Rica y la República Dominicana; y
e) en ese mismo período, mientras los aranceles y otras barreras a las importaciones de endulzantes se fueron eliminado, el consumo de bebidas carbonatadas se incrementó en 44% en la República Dominicana y en 67% en Guatemala.
En la República Dominicana
La evidencia disponible hasta el momento para el país, derivada de las dos últimas encuestas de ingresos y gastos de hogares (1996-977 y 2006-07), muestra que:
a) en ese período, influido por la reforma arancelaria de 2000, pero también por la crisis de 2003-04, el gasto el alimentos y bebida como proporción de los ingresos de los hogares aumentó desde 17.3% hasta 19.8%. Sin embargo, aumentó mucho más en los quintiles más ricos, mientras que en el más pobre no lo hizo;
b) el gasto en aceites comestibles, como proporción de los ingresos de los hogares, se multiplicó por 3.7. Esto pasó en todos los quintiles: en el más pobre casi se duplicó y en 2006-07 fue equivalente a casi el 2% de los ingresos totales, y en el quintil más rico se multiplicó por siete y fue equivalente al 0.35% del ingreso; y
c) el gasto en bebidas procesadas como porcentaje de los ingresos de los hogares también creció en todos los quintiles. En total se multiplicó por 2.4.
Además, otros tres datos son relevantes. Primero, entre 2012 y 2016, el aumento de precios de los alimentos fue casi tres veces más elevado que el de aumento general de precios. Esto puede explicar en parte la insatisfacción generalizada que existe con el impacto del crecimiento en el bienestar social. Segundo, el gasto público en agricultura en las últimas dos décadas ha caído estrepitosamente, reflejando la pérdida de importancia del sector y del tema en la agenda de políticas. Tercero, los datos indican que hay un significativo aumento de la incidencia del sobrepeso y la obesidad.
No obstante, hace falta más evidencia sobre el avance de la dieta neoliberal en el país. Seguramente los resultados de la nueva encuesta de ingresos y gasto de los hogares que se publicarán muy pronto ayudarán a entender mejor lo que ha pasado en los últimos años, especialmente desde 2006-07 hasta 2018 cuando la apertura comercial se profundizó en particular debido al DR-CAFTA.
Hay que indicar, sin embargo, que llamar la atención sobre los efectos negativos en la nutrición y la salud de la dieta neoliberal no equivale a reclamar cerrar las puertas a las importaciones de alimentos. El problema es más complejo que eso. Amerita un diálogo de políticas que, además abordar la política comercial, considere las políticas agropecuarias y fomento del aumento de la productividad en la producción de alimentos, diferenciando entre la pequeña producción, que es la más pobre, y la producción de mayor tamaño. También debe considerar la promoción de una agricultura más sostenible y de producción de alimentos más saludables, la protección social en apoyo al consumo de alimentos de hogares en pobreza extrema y las políticas que promueven una alimentación más sana y un consumo mejor informado y más responsable.