En los últimos tiempos se ha puesto muy de moda la “crianza respetuosa”, y esta ha traído consigo un sin número de cambios en la manera en que los padres se auto valoran, especialmente las madres.
Encontré recientemente en redes sociales el hashtag #maternidadsinculpa, y como mamá curiosa al fin empecé a visualizar las miles de publicaciones que salen al respecto, inicialmente pensé que lo más común seria encontrar publicaciones animando a las madres que sienten culpa, y si, encontré de esas, pero igualmente encontré de esas que literalmente “satanizan” sentir esa culpa.
Créanme, no exagero para nada. Mi punto no es decir aquí que la culpa es buena, solo que irse al extremo y querer promover que las madres no tenemos que sentir culpa de nada, lo estemos haciendo bien o no, ya es otra cosa.
Para que se pueda entender mi punto, iniciemos por definir que es la culpa.
La culpa no es más que la emoción que se produce por la transgresión o violación de las normas éticas personales o sociales.
Partiendo de esto, que una madre sienta culpa no está mal, de hecho, personalmente pienso que está bien, porque precisamente sentirla es lo que te dice que eres buena madre (suena contradictorio y quizás confuso, lo sé).
No intento decir que la culpa es una emoción agradable, porque no lo es, esa presión en el pecho que te arruga cuando miras a tu hij@ y sientes que no lo haces bien, la conozco, pero en mis cinco años de maternidad he logrado entender que sino la sintiera no podría mejorar.
Cuando fallo en algo y la culpa me visita, es el momento en el que evalúo lo que hice mal y me doy la oportunidad de perdonarme y seguir intentándolo, después de todo, no hay un manual para madres, toca aprender, y la culpa es una vía de enseñanza.
Con mi pequeño me pasó algo cuando él a penas tenía dos años de edad. Una noche como era habitual lo preparaba para dormir, y al intentar ponerle la pijama se negó, lloraba y lloraba y yo estaba tan agotada ese día que perdí la paciencia, le subí la voz y le puse la pijama “obligao”, lo acosté como siempre, pero al ver que no tomaba su leche (algo que nunca había dejado de hacer), empecé a preocuparme.
Enorme mi sorpresa al revisarlo y notar que tenía varias ronchitas en las piernas y manos (le había agarrado el síndrome de pie, mano y boca), no tengo que seguir contando que ese día no dormí y terminé en una sala de emergencias, mientras esto pasaba, la culpa me abrazó no solo esa noche, sino largos meses al ser consciente de que la razón de su incomodidad era un tema de salud y yo no fui paciente y atenta para notarlo.
A partir de ese día, nunca ignoré ningún comportamiento (por mínimo que fuera), que el niño mostrara, he sido más paciente sin importar que tan cansada me encuentre, y me tomo el tiempo de observarlo y tratar de identificar el por qué, de cada una de sus acciones, hasta de los berrinches.
Así que si, la culpa enseña. No intento promoverla como algo positivo, sino como algo real y normal, que si bien puede ser una emoción dolorosa, es igualmente una herramienta para enseñarnos.