La Economía se ocupa de observar la realidad, de analizar cómo nos comportamos ante los diferentes incentivos, y qué implicaciones tienen nuestras decisiones.

La Economía va a lo evidente, a los resultados tangibles de las políticas y medidas que se implementan. No se ocupa de las buenas o malas intenciones detrás de ellas, de si fueron motivadas por la avaricia, por el egoísmo o por la bondad. Ni de si fueron respaldadas por tal o cual ideología. Eso no es Economía.

A la Economía le interesan los hechos. No le importa lo que alguien “deseó”, sino lo que provocó.

Muchos desastres sociales se hubiesen evitado si esto se hubiese entendido y respetado.

Pero a la sociedad le gusta el drama. Y que la engañen con promesas románticas, bienintencionadas y “altruistas”, imposibles de alcanzar en la vida real.

Entonces prefiere creer, por ejemplo, que si los precios son altos es porque quien vende es un malvado avaricioso. Y que eso se arregla castigándolo e imponiéndole controles.

La Economía observa y utiliza la razón: si es “por avaricia”, entonces ¿es más codicioso el que tiene un solar en Casa de Campo que el que tiene uno en Elías Piña? ¿En serio?

Los precios simplemente reflejan los costos de lo que se vende y qué tanto gusta lo que se vende. Imponer controles no hará más que el vendedor salga del negocio (porque nadie vende para perder) y que haya escasez.

Pero esto no gusta, ni da “alivio emocional”.

Como tampoco gusta que le digan: que la droga sea ilegal no ha hecho más que darles más poder a los peores ciudadanos de la sociedad, alimañas criminales atraídas por un negocio que la prohibición hace muy lucrativo.

Da igual que la intención de esta prohibición haya sido maravillosa: que nadie se drogue. El resultado ha sido lo opuesto: dañar…y mucho. A los que consumen, porque no los desalienta, y los pone en riesgo de consumir sustancias adulteradas que hasta los matan, y a la sociedad en su conjunto, dominada por malhechores multimillonarios que hasta campañas políticas financian.

Todo esto es simple y evidente. Pero tiene que desafiar creencias muy arraigadas y con poder emocional, que luchan por prevalecer contra viento y marea. Y vaya que lo logran.

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