Las embajadas en Haití se apresuran a cerrar sus delegaciones frente al caos y el deterioro de la seguridad de esa nación, al borde de una guerra civil.
Parecería que a nadie le importa y que la Organización de Estados Americanos y Naciones Unidas miran para atrás frente a un conflicto muy peligroso que podría generarse entre las dos naciones que compartimos la isla.
Si me preguntan, qué tenemos en común con Haití, respondería que lo único es la isla. Nuestro idioma es el español, ellos hablan francés y un dialecto llamado creole. No comparten nuestras creencias, nosotros somos de fe cristiana, ellos creen en el vudú, que es la fusión de diferentes creencias religiosas del África Central y el catolicismo.
Tienen un sentimiento en contra del dominicano y la errada creencia de que sus males son culpa nuestra y que la isla les pertenece.
La desgracia de Haití la culpa la tiene en primer orden Francia; con enorme responsabilidad, Estados Unidos y luego la clase política, militar y empresarial que no han sido capaces de incidir para crear instituciones medianamente fuertes.
El magnicidio de Jovenel Moise debió haber sido el punto de inflexión para cambiar la situación de ese tumultuoso país, pero no dejó de ser noticia de primera plana por unos días.
Estados Unidos se llevó a la primera dama para ser atendida de heridas menores y pocos días después llegó como una heroína que parecía sería, por lo que reportaban los diarios, la próxima en aspirar a la presidencia.
Después del violento terremoto del 2010, intelectuales de varias nacionalidades reclamaron a Francia la devolución de la criminal compensación de cerca de 17,000 euros impuestos a la antigua y rica colonia por haberse declarado independiente en el 1804, pagando intereses a París hasta el año del 1947.
Esta compensación era diez veces más que los ingresos de Haití al momento que decidieron liberarse de Francia, la que debieron aceptar para evitar se concretara la amenaza de invasión de parte de los franceses.
Este impuesto exigido a la antigua colonia trajo como consecuencia la invasión de Haití a nuestro país bajo el pretexto de la indivisibilidad de la isla, pero realmente era una forma de cobrar impuestos y poder pagar a Francia.
Estados Unidos interviene Haití con el apoyo de Francia en el 1915, como forma de cobrar los préstamos que ambas naciones habían concedido y que no estaban siendo honrados. Pero más aún, a Estados Unidos le preocupaba el control comercial que una colonia de cerca de 200 alemanes tenía ya sobre el comercio con un control cercano al 80% del intercambio de bienes y servicios, además de puertos y aeropuertos de la media isla.
Los alemanes estaban dispuestos a casarse con la oligarquía mulata, para de esa forma cumplir con el mandato constitucional y poder adquirir tierras, algo que las demás potencias no estaban dispuestas.
Hemos sido acusados, especialmente por Estados Unidos, de racismo contra los haitianos, el último país en el mundo que puede acusar a otro de racismo. Mucho le costó a la población de color tener los mismos derechos que los blancos y muchos años después de leyes a su favor siguen siendo discriminados.
Estados Unidos no entiende nuestras diferencias, no entiende que fuimos invadidos por veinte y dos largos años, nuestra población masacrada y violada y que somos dueños de la parte oriental de la isla.
El actual mandatario norteamericano no comprende o no quiere comprender la situación de ambos países.
Hace más de veinte y cinco años, en una conferencia, decía que el problema haitiano era gerencial y de fácil solución.
Luego, siendo vicepresidente de su nación, en una visita a nuestro país en el pasado gobierno, nos retaba a mejorar las condiciones de nuestros vecinos, felicitando al anterior mandatario dominicano por su rapidez en presentar un proyecto de ley modificando la sentencia de nuestra Suprema Corte que revocaba la ley que daba nacionalidad a miles de haitianos indocumentados.
Los haitianos no son sólo indocumentados en nuestro país, lo son en el suyo propio, que a pesar de múltiples esfuerzos ha sido imposible proveer de documentos de identidad a prácticamente la totalidad de su población.
Tenemos una frontera permisible, donde la corrupción y el narcotráfico campean libremente. Se cruza la misma con poco control y todos añoramos que la muralla que se construye en la actualidad se haga con prontitud para evitar este intercambio irregular por esa línea fronteriza que sólo existe en los mapas.
Nunca nos hemos opuesto a mejorar las condiciones de los haitianos, somos sus mayores proveedores de empleo y de seguridad social, representando una carga enorme a nuestro presupuesto. Si esto no lo quieren entender las grandes naciones, es que son más ciegas de lo que creemos.
Este gobierno ha hecho el mayor esfuerzo que podemos recordar en advertir a la comunidad internacional que Haití es un problema de ellos, no de nosotros.
Francia les debe millones de euros y Estados Unidos de dólares. Nuestros escasos pesos no alcanzan para cubrir las necesidades de Haití y la situación no se resuelve con una indiferencia que como bien ya están advirtiendo medios de prensa internacionales y el Presidente Luis Abinader que ha repetido hasta el cansancio la necesidad de una acción real frente a las bandas y desorden del país vecino.
La CELAC, en una declaración, afirma que los esfuerzos para lograr resultados sostenibles en Haití deben venir de la voluntad de los actores sociales. Yo preguntaría a la CELAC ¿dónde están los actores sociales? Mi respuesta, unos con negocios en nuestro país, otros en Miami y el resto en Europa.
Los verdaderos actores en Haití son las mafias, si no se asume una actitud que vaya más allá de puras declaraciones diplomáticas, lo que puede venir entre las dos naciones es altamente peligroso.
Hay voces internas que nos acusan de racistas, otros acusan a los empresarios de querer una sola nación, ni una cosa ni la otra.
Juntos reclamemos por una solución verdadera que no descanse más en nuestros hombros, sino en una verdadera acción internacional que vaya más allá de las palabras.