Antes del desarrollo industrial, las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en nuestra atmósfera se mantenían estables en el orden de 280 partes por millón (ppm), gracias a que las emisiones de CO2 eran mínimas y a que los bosques y los mares se encargaban de atrapar el CO2 emitido por las erupciones volcánicas y la actividad bacterial, sin embargo, a partir del desarrollo industrial, pero mayormente a partir del año 1970, el mundo aumentó exponencialmente el consumo de petróleo, carbón mineral, gas natural y gas licuado de petróleo (GLP) para la generación eléctrica, la industria, el transporte de cargas y pasajeros, y usos domésticos, combustibles que al quemarlos emiten el 75% del CO2 total, y dado que la deforestación y la desertificación han dejado sólo un 30% de cobertura forestal mundial para atrapar de manera natural parte del CO2 global, los niveles de CO2 se han incrementado hasta alcanzar 410 ppm en nuestra atmósfera.
Esa altísima concentración de CO2 en nuestra atmósfera bloquea parcialmente la salida nocturna de la radiación solar que nos llega durante las horas diurnas de exposición al Sol, y por tal razón nuestro planeta se ha ido calentando como el interior de un invernadero, al extremo de que la temperatura media global ya alcanza 1.1°C por encima de la temperatura media del período preindustrial, y sigue subiendo, siendo esa la razón por la cual desde el año 2014 hasta el presente 2019 cada año ha marcado un récord de altas temperaturas que nos ha llevado a vivir hoy la década más calurosa, y el lustro más caluroso, además de que el pasado verano fue registrado como el más caluroso desde 1884.
Esos incrementos de la temperatura global son responsables de que en cada verano tengamos mayor cantidad de vapor de agua elevándose desde cada mar tropical y generando mayor cantidad de tormentas y poderosos huracanes mayores, con vientos máximos sostenidos que a veces se acercan a los 300 kilómetros por hora, los que destruyen infraestructuras hoteleras costeras, núcleos urbanos, líneas de transmisión eléctrica, plantaciones agrícolas, puentes y carreteras, como ocurrió entre finales de agosto y septiembre de 2017 cuando los huracanes Harvey, Irma y María sufrieron bruscas “intensificaciones explosivas” que en 25 días provocaron daños superiores a 300 mil millones de dólares, y en este año 2019 el poderoso huracán Dorian destruyó a Las Bahamas, debiendo esperarse que los huracanes y tornados sean cada vez más poderosos, siendo urgente reforzar estructuras y adquirir pólizas de seguros contra huracanes, porque antes teníamos un huracán categoría 5, cada 5 a 6 años, y por el cambio climático podríamos tener 5 a 6 huracanes categoría 5, cada año, además de más fuertes sequías e incendios forestales en toda California.
De ahí que las cumbres del clima de la ONU, como la COP25 que ayer domingo concluyó en fracaso en Madrid, reúnen a la comunidad científica mundial y al liderazgo político global representado por casi todos los jefes de estados y de gobiernos, para abordar las amenazas que se ciernen sobre la sociedad, incluida la acidificación de las aguas marinas y la consecuente destrucción de muchos ecosistemas marinos, si las temperaturas medias globales se incrementan más allá de 1.5°C en relación a las temperaturas medias de la era preindustrial, porque si las emisiones de dióxido de carbono (CO2) siguen en aumento, entonces las temperaturas también seguirán en aumento, y por ello cada cumbre había concluido recomendando una reducción de un 25% de las emisiones de CO2, porque de seguir con las emisiones actuales las temperaturas medias globales podrían subir hasta 3°C para el año 2030, y sería catastrófico para el planeta.
Y es que la contabilidad de las emisiones de CO2 dice todo lo contrario a las conclusiones de cada cumbre climática, porque este año 2019 la producción estimada de CO2 ha sido de 37,000 millones de toneladas derivadas del consumo de petróleo, gas y carbón mineral usados para la energía, el transporte y el confort del mundo de hoy, con un incremento de 0.6% respecto al año anterior, donde China, que aporta el 28% del CO2 total, elevó sus emisiones en 2.6%; Estados Unidos, que aporta el 15% del CO2 total, elevó sus emisiones en 2.4%; la India, que aporta el 7% del CO2 total, elevó sus emisiones en 1.8%; y Rusia, que aporta el 4.6% del CO2 total, elevó sus emisiones en 1%, es decir, estas 4 naciones, que aportan el 55% del CO2 total responsable del cambio climático, en lugar de reducir sus emisiones, las están incrementando, y por tal razón en esta COP25 estas 4 naciones se están negando a recortar sus emisiones en un 40%, como se les está exigiendo, en lugar del 25% exigido en las cumbres anteriores, inclusive, Estados Unidos, segundo mayor emisor de CO2, ha comunicado oficialmente su salida del Acuerdo de París, pues aunque redujo su consumo de carbón mineral en 10%, sus emisiones aumentaron 2.4%, demostrando que el problema del CO2 no se resuelve dejando de usar el carbón mineral, como creen quienes critican las plantas a carbón.