En una de sus tantas obras sobre relaciones humanas, el famoso escritor estadounidense conocido con el seudónimo de Dale Carnegie llama la atención sobre lo importante del buen trato y la empatía para lograr lo que uno quiere de otros.

Y esto aplica no solo en el ámbito familiar y amistoso, sino también en el mundo laboral y de negocios.
Carnegie dice cosas como estas:

-Culpar y criticar no logra cambios reales en la gente. Más bien provoca una actitud defensiva y de resentimiento. Así como un animal aprende más cuando se le premia por su buen comportamiento, que cuando se le pega o castiga por el malo, los humanos, sedientos de aprobación, reaccionamos mejor ante el bálsamo de la gratificación.

-El deseo más profundo de un ser humano es sentirse importante, apreciado. Y es este deseo el que lo impulsa a superarse a sí mismo, a ganar una beca o una competencia deportiva, y hasta a endeudarse para vestir “a la moda” y destacarse en un círculo.

-La mejor forma de influir en otros es concentrarse en lo que ellos quieren… no en lo que a uno le interesa (dedicado muy especialmente a los pesados narcisistas, que solo hablan de ellos mismos).

Los políticos que nos han gobernado deberían tener este tipo de cosas en cuenta: el valor de hacer sentir importante a sus ciudadanos, muy especialmente a aquellos que contribuyen a que el país sea más próspero (los que innovan, se arriesgan y trabajan…) y de alentar sus esfuerzos con todo tipo de incentivos, facilidades…aplausos.

Lo contrario es lo que impera.

El importante es el Gobierno, nunca ese ciudadano. Sus integrantes suelen enamorarse de sus figuras y se la pasan presumiendo sus hazañas, a través de un permanente postureo mediático, ante un ciudadano empequeñecido, que entonces siente que su sueño y su desempeño no valen gran cosa.

Los que se arriesgan a luchar y a emprender, para ganar honestamente su sustento y aportar a la sociedad, no ven en el gobierno a un amigo que les abra el camino.

Más bien ven a una poderosa entidad que lo entorpece, sin dulzura ni piedad, y que los trata como si fueran culpables de algo. Que los agobia con todo tipo de impuestos, regulaciones, inspecciones, trabas burocráticas, penalidades y castigos.

Y que no les facilita la tarea ni siquiera brindando a cambio servicios públicos de calidad: ni electricidad (muy cara y tan inestable que no queda más remedio que gastar en una planta aparte, y su combustible y mantenimiento), ni seguridad (que también hay que proporcionársela de manera privada), ni entrenamientos actualizados (a pesar de que es obligado pagar Infotep), ni eficientes servicios de salud (tan poco confiables que ni los políticos que inauguran hospitales se atienden en ellos).

Palos y palos… sin gran cosa a cambio.

Quizá a los que nos han gobernado no les interesa realmente una sociedad próspera en su conjunto, sino una masa homogénea empobrecida con un grupo de políticos (y sus socios) muy ricos en la cúspide.
Solo así se explica.

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