Como preludio, conviene decir que desde la antigüedad la ciencia jurídica quedó representada en la mente de los romanos dotados de sapiencia filosófica como jurisprudencia, aunque en nuestros días semejante nomenclatura de antaño, usada en la acuñación del derecho como disciplina epistemológica, vino a dar un giro copernicano, por cuanto hoy hace alusión a los precedentes judiciales, máxime cuando derivan de las Altas Cortes, pero pese a similar desvío histórico algo valioso nos dejó este substrato etimológico, consistente en que el jurista sea definido como todo ejercitante de esta profesión de tan vieja data.

De consueto, todo graduado en derecho suele verse como abogado, tal si la carrera cursada fuere abogacía, pero en esencia quien egresa de la otrora jurisprudencia queda investido como jurista, y tras de sí elige una cualquiera de las funciones jurídicas para profesarla, ya sea como juez, catedrático, u otro servicio letrado practicable liberalmente, o por empleabilidad pública o privada.

A guisa de refuerzo ilustrativo, cabe sindicar como jurista todo aquel, cuya herramienta de trabajo intelectual sea el derecho, a sabiendas de que las funciones jurídicas confluyen en la justicia como servicio, en un oficio o arte bondadoso y justo, o bien en un proceso de ingeniería social, pero de tales ministerios la magistratura judicial tiende a sobresalir entre todas, ya que consiste en dar a cada quien lo suyo de conformidad con la otrora jurisprudencia.

Del precursor de la escuela histórica, Friedrich Karl Von Savigny, cabe aprender que la jurisprudencia es una ciencia filosófica, por cuanto para descubrir el mensaje volitivo del codificador jurídico, hay que realizar una interpretación sistemática, coherente, unitaria, lógica y gramatical de la sustantividad legislativa bajo el auxilio de la filología, otra disciplina epistemológica enteramente útil en el hurgamiento del contenido pretérito de los textos registrados en piezas documentales.

Así, puede decirse que la filosofía suele ser a las disciplinas sociales lo que la matemática constituye para las ciencias naturales, en tanto que en ambos campos epistémicos se trata de un saber instrumental, fundamental o básico para salir airoso en la práctica profesional de una que otra de tales áreas académicas de enseñanza y aprendizaje superior.

En cuanto concierne al derecho como ciencia teórica y práctica, debe decirse que siempre ha estado muy vinculado con la filosofía, hasta el punto que suele preconizarse que para ser buen jurista, hay que tener sobrado dominio de la lógica, de la argumentación, de la retórica, del saber deontológico, ético- moral o axiológico, y tras de sí puede verse con toda claridad que tales disciplinas pertenecen al acervo cognitivo de origen aristotélico, cuyo legado experiencial y cogitativo constituye en nuestros días un referente de obligado miramiento.

Y más, el derecho procura ser una especie de filosofía existencial, cuyo ejemplo emblemático puede verse, a través de Ulpiano, quien preconizó sabiamente que toda persona lograba la felicidad viviendo honestamente, evitando dañar a otros y dando a cada quien lo suyo. He ahí una regla de oro para convivir en forma pacífica en cualquier sociedad. Entretanto, el juez, por administrar justicia en puridad, propende a ser el jurista por excelencia o idiosincrasia.

Así, el derecho como proyecto de plausibilidad vital hunde raíces en la filosofía, máxime cuando a través de sus normas jurídicas procura reivindicar la justicia como valor universal, virtud que debe practicar toda persona para ser feliz, tal como lo trasuntó con igual sabiduría el fundador de nuestra patria, Juan Pablo Duarte y Díez, quien en su ideario de sociología política preceptuó lapidariamente lo siguiente: Sed justo lo primero si queréis ser felices.

En la particularidad del jurista, ora como juez o fiscal, ora como legislador, ya como servidor público en la administración del Estado, o bien como ejercitante liberal de la abogacía, la filosofía constituye una disciplina científica con carácter transversal, y otrosí suele permear todas las otras profesiones de altos estudios.

Y por todo ello, cabe concluir diciendo que el jurista de hoy puede verse como el filósofo del ayer remoto, por cuanto en sus distintos roles procura resolver los intereses contrapuestos entre ciudadanos para así permitir la convivencia pacífica en cualquier sociedad que les toque vivir en civilidad, ideal pasible de lograrse a través de la justicia..

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