Esta carta, de una víctima, es real, genuina, actual. Por razones obvias no identifico a su autora, familiar directo, subyugada por la autoridad del adulto y su condición de niña obediente. Una bestia, que bien puede coexistir en cualquier familia. “Hace 25 años me convenciste y utilizaste mi pequeño cuerpo, aun inocente, para tu perversa satisfacción sexual. Creo que 25 porque es lo que logro recordar…. Lástima que no podía comprender lo peligroso que eras, porque me convenciste que todo era para mi bien y porque me querías. Mis mecanismos naturales de defensa, hicieron de esos recuerdos, una nebulosa confusa. Abusaste de mi infancia, mi inocencia y de mi confianza en un adulto cercano y a quien me indujeron a respeto. Pasaron años sin que recordara las veces que me tomaste de la mano y me llevaste a un lugar solo para poder tocarme a tu antojo y luego devolverme a casa como si nada hubiese pasado. Igual cuando empezaba a recordar lo que me hacías y decías, sabía que no había sido nada bonito o bueno para mí, pero aun así no tenía aun idea de las consecuencias reales que eso me traería. Ya adulta supe lo que significaba realmente todo lo que pasé por tu culpa, que no estaba de acuerdo y que buscaste las formas de hacerme creer que lo hacías por mi bien, y yo una niña cargada de inocencia, te creí. Ahí empezó mi calvario real. Había pasado demasiado tiempo como para denunciarlo o hablarlo; tenía miedo de las reacciones que podría esto causar en quienes se preocupan por mí. Aun así decidí contarlo, porque me quedaba la gran duda, que no me dejaba dormir, de si no había sido solo a mí. Quería preguntar a mis hermanas, mis primas, mis tías porque sí, es mi propio tío al que me refiero en este escrito. Fue aún más duro saber que no era la única víctima de tu endemoniado ser. Que habías dejado una estela de niñas a tu alrededor con daños emocionales y secuelas físicas, que con el tiempo fueron apareciendo, creciendo, manifestándose. Comienzas a pagar. Estás preso… por lo menos prisión preventiva mientras te juzgan, porque lo volviste a hacer. Claro, sabía que podía suceder y con mis manos atadas, esperé.
Lástima que otra niña, otra víctima inocente tuvo que sufrir para que pagues por ese y todos los abusos que cometiste, dentro de las conocidas y las otras. Hoy siento paz porque sé qué haremos todo lo que esté en nuestras manos para que seas condenado y por mucho, pagues por tus daños. Duele ver los destrozos que has dejado en tu camino de nómada sin hogar, que buscando refugio y ayuda siempre encontraste más y más víctimas. Solo tú y Dios, saben cuántas son, pero confío en que aparecerán y podrán decir también lo que les hiciste, sin nisiquiera tener en cuenta los estrechos vínculos sanguíneos que te unían a muchas. Que pagues como mereces, que eso nos da la satisfacción de que se hace justicia a nuestro dolor. Hoy siento libertad de hablarlo porque ya está encerrado y todos los que tienen que saberlo lo saben. Hoy me siento libre y en paz…”.