Su traducción al español seria: “aprovecha el día, no te fíes del mañana”. Esa combinación de dos palabras de origen latino se ha constituido en un lema que exhorta a que se saque provecho al tiempo presente porque todo pasa con tal rapidez, que pudiera perderse la oportunidad existente en el momento. La alocución que se ha hecho mundialmente famosa viene desde antes de Cristo y se atribuye al poeta romano Horacio en su obra Odas cuando aconseja sacar el máximo de la época actual porque nunca se sabe del mañana, literalmente es tomarse el día, sin detenerse en el después, solo en el aquí y el ahora.

Hay que disfrutar en la actualidad porque la salud -propia o ajena- que se da por sentada puede dar un vuelco, sorprender con un diagnóstico inesperado que cambie esa existencia tranquila; de repente, se puede estar envuelto en un laberinto de exámenes, análisis y tratamientos que dejen atrás esos apacibles días que se logran apreciar solo cuando ya han transcurrido. Gozar las buenas amistades y la familia porque ese grupo se irá reduciendo cada vez más dentro de circunstancias inevitables que no hay forma de controlar, se van, se mueven, desaparecen o cambian.

Se tiene que emplear tiempo de calidad con los hijos cuando aún sea posible porque pronto se irán como es ley de vida para formar sus propias historias, como debe ser, por eso se criaron libres para que alcen el vuelo. Desarrollarse y destacarse en los trabajos porque durarán mientras la empresa lo requiera y las capacidades lo permitan; prepararse porque mañana ya será tarde. Sonreír porque no siempre habrá motivos para hacerlo, llorar si lo amerita la ocasión, pero dedicarle al duelo el espacio justo que merece y no más del requerido. Bailar cuando el cuerpo lo pida, cantar si lo permite la emoción, desahogarse si fuera necesario, pero no dejar una sola página en blanco sin las emociones, malas o buenas, de cada amanecer.

La juventud es un ventarrón, la vejez un soplo, pero con iguales encantos que deben asumirse a plenitud cuando se esté inmersos en ellas, ni antes ni después. Las etapas estudiantiles y las más serias profesionales rinden experiencias irrepetibles, a cada día su afán. Se va a la iglesia en acción de gracias, también a la misa de un pésame, el mismo destino e igual ruta, otra oportunidad, no hay garantías del futuro o de nuestra permanencia. Allí se va al inicio con el bautizo, pero también al final para la sepultura, no vamos, nos llevan, pero está en nosotros lo que ocurra entre un evento y otro.

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