Ella estuvo nueve meses idealizando su viaje soñado a la playa, preparó TODO, la ropa para ese clima, los hidratantes para que el sol no afectara su piel, sabía ya lo que gustaría comer sentada en la arena, todo estaba listo.
Justo cuando iba a tomar la autopista que lleva al lugar, le comunican que no, que no puede ir a la playa en esta ocasión, que sus planes deben cambiar y tiene que ir a la montaña.
¿A la montaña?, se preguntó sumamente confundida.
Empezó a imaginar el escenario, un camino incómodo, lleno de piedras, malas hierbas e insectos. Así que se negó a ir, aunque sabía en el fondo que no tenía otra opción, por lo que pasado su estado de negación, emprendió el camino.
!Y sí que fue difícil al principio!. Las piedras, el miedo a un camino desconocido y los ruidos de pájaros que a lo lejos escuchaba y parecían juzgarla porque no sabía deslizarse sobre el lodo. Pero conforme avanzaba, tomaba confianza.
Aprendió a esquivar las piedras y conoció de a poco el trayecto, de repente, miró sus manos y se percató del tesoro que había en ellas, uno que no había notado por poner toda su atención en el cambio de planes inesperado que sacudió su ser.
De repente, ahí estaba, en la alta montaña, disfrutando la hermosa vista. Por momentos sí que llegaban los vértigos debido a la altura, de repente sí que deseaba haber hecho ese viaje a la playa (para qué mentir), pero ahora, ahora disfrutaba la montaña, con todo lo que daba.
Así se sintió aquella madre cuando se preparó durante todo su estado de gestación para recibir a su bebe y al momento de tenerlo en brazos, aquel hombre de bata blanca le informó que algo no iba bien.
Era un inesperado diagnóstico de una de esas llamadas¨condiciones especiales¨, se supo al nacer aquel bebé. Su vida no sería como la idealizada por su madre. El miedo la invadió, no quería aquello, no era lo que había planeado desde que sintió las primeras
pataditas de aquel pequeño ser en su interior, pero es lo que la vida había puesto en sus manos. Empezó a avanzar, los diagnósticos, el miedo a no saber qué hacer y un bombardeo de críticas y opiniones parecían abrumarla por no hacer lo que aquel o aquella esperaba.
No fue fácil, uno que otro imprevisto se presentó en más de una ocasión. Pero conforme pasaba el tiempo aprendió a amar la montaña, se dio cuenta de que a pesar de no ser lo planeado, aquello no era malo, solo diferente.
Aprendió a amar lo diferente, y ahora disfruta de todo lo que ha podido aprender. ¡Claro! Muy en el fondo, guarda una de esas cosas que no le cuenta a nadie, habría querido hacer ese viaje a la playa, por ella y por su bebé, sin embargo, se ha acomodado en esa cima que le da una vista distinta de las cosas.