Uno de los indicadores más precisos del grado de desarrollo racional y humano de una sociedad, y sobre todo de sus ciudades, es la forma en que fluye y se gestiona el tránsito vehicular y la accesibilidad de los peatones a caminar y moverse en transporte colectivo. Ese criterio nos convierte en una de las sociedades más atrasadas y salvajes del mundo. No por azar coincide con que estemos en los últimos lugares de logro escolar.
El tránsito demanda racionalidad, economía, estandarización y centrado en las necesidades de los ciudadanos. Nada de eso ocurre aquí, sobre todo en Santo Domingo.
Como los policías de tránsito regularmente pasan a dirigir el tráfico según su antojo debajo de semáforos que funcionan, todos hemos perdido el respeto al semáforo, ya que no sabes si debes hacerle caso o buscar algún policía semi escondido dando a paso a tal o cual carril.
Las leyes de tránsito no se aplican a los motoristas, los conchos, las voladoras, los camiones, los autos oficiales, ni a las queridas de los funcionarios. Por tanto solo deben observar la ley aquellos que tenemos vehículos privados y somos humanoides sin importancia.
Quien estableció el derecho a doblar a la derecha con el semáforo en rojo era enemigo de los peatones. Desde entonces no hay forma peatonalmente hablando de cruzar seguro ninguna intersección. Por supuesto tampoco hay aceras para caminar, esta una ciudad pensada para gente montada.
Las ferias de compra de vehículo nuevos y usados demuestran que nadie confía en el transporte colectivo. La primera señal que todo dominicano o dominicana muestra públicamente de que ya no está en el último escalón social, es tener algo con que moverse: motor, pasola, carrito usado, jeepeta.
Mientras seguimos con ese estado primitivo del tránsito, las autoridades se las pasan pintando rayitas en el asfalto -que nadie respeta-, cambiando orientación de calles en el polígono central y prohibiendo estacionamientos para beneficio de compañías privadas de parqueos.