Hace unos días el papa Francisco envió una carta a todos los seminaristas, clérigos y laicos motivándolos a la lectura regular de novelas, cuentos y poesías. Y él habla con propiedad del tema, amigo de Borges, y lector voraz -cuando tenía tiempo- del boom latinoamericano y de los grandes narradores y poetas de la literatura universal.
Es evidente que mientras más jóvenes y adultos pasan gran parte del tiempo viendo las redes sociales, atrapados por imágenes y videos insustanciales, y leyendo el torrente de odio y mentiras que circulan por Internet, notamos que la calidad de pensamiento y la vocación de diálogo se va apagando y la irascibilidad en el intercambio de ideas se incrementa, convirtiendo la diferencia en insultos y denigrando a los que son distintos, de otro género, de otras razas, preferencias sexuales, creencias o ideologías políticas.
En cambio, la serena lectura diaria de buenas novelas y cuentos, de ensayos clásicos y actuales, y de poesía de calidad, va moldeando el espíritu de los hombres y mujeres, generando profundidad en las reflexiones y motivando el diálogo respetuoso y hondo con quienes tienen ideas diferentes. La lectura de material literario y reflexivo se manifiesta claramente en la calidad del lenguaje, en la profundidad de las ideas y la vocación por dialogar con otros.
La superficialidad de quienes se pasan adictos a las redes sociales se expresa en un lenguaje agresivo, la imposibilidad de razonar y sobre todo la simplicidad en los argumentos, todo es bueno o malo, verdadero o falso. Desde esa perspectiva es imposible construir espacios democráticos, una educación de calidad y mucho menos perseguir la sabiduría como proyecto de vida.
Sabio el consejo de Francisco, volvamos a la literatura, a leer serenamente, a dejarnos esculpir espiritualmente por las diversas ópticas y perspectivas de las narraciones y que nuestro espíritu sea tocado por la poesía, por los poetas que han forjado el alma de la lengua.