El anuncio de que el exgeneral Ramiro Matos fue escogido como miembro de la Academia Dominicana de la Historia (ADH) ha generado un fuerte rechazo de parte de los familiares de héroes nacionales que murieron en acciones en las que él participó y ya muchos miembros de la Academia y otros profesionales de las ciencias sociales han escrito cartas en las que expresan su rechazo a su selección para ocupar un puesto en la ADH.
Independientemente de la relación de textos que la directiva de la ADH señala que fueron producidos por el exgeneral y que en el presente goza de sus derechos como ciudadano, no es posible obviar las implicaciones éticas que ese caso muestra.
La impunidad en nuestra sociedad, arrastrada por el poder que han mantenido los aliados del trujillato en las últimas décadas, y el ascenso de discursos de extrema derecha en nuestro país que promueven el odio contra sectores marginados y un chovinismo autoritario, nos obliga a defender los criterios éticos que deben guiar la construcción de la democracia y una sociedad decente.
El quehacer histórico como profesión, y en general de todas las ciencias sociales, no puede hacerse al margen de valores como la defensa de la vida y el rechazo a la impunidad como conducta social. Es común en nuestro entorno la generación de textos supuestamente históricos basados en mitos y perfilados por la ideología antihaitiana que ha cobrado fuerza en la actualidad como alienación política. Es típico de las propuestas populistas y fascistoides inventar enemigos externos para ocultar los verdaderos problemas del pueblo dominicano, especialmente de los más pobres: educación de calidad, salud, buenas pensiones, salarios que correspondan a la canasta básica, seguridad en las calles y los hogares, entre otros.
Consagrar a Ramiro Matos como historiador es comprometer a la ADH con el pasado más nefasto de nuestra historia y humillar a quienes lucharon por derrocar a Trujillo y construir una democracia. La ética debe transparentarse en nuestra historia.