Nunca ha existido un futuro cierto y predecible. Ni en la economía, la vida social, la política, la tecnología, los sistemas de creencias y todas las facetas de la vida humana. Hablar de que estamos frente a un futuro incierto con el ascenso de gobiernos de extrema derecha o el desarrollo de la Inteligencia Artificial, resulta en el mejor de los casos una expresión ingenua.

Si algo puede resultar en parte novedoso es que hay un cierto consenso -no necesariamente cierto- que los acontecimientos que se desarrollan actualmente escapan a la voluntad de las mayorías y cada vez más la democracia se torna hueca por la influencia de las redes sociales al manipular la voluntad de los ciudadanos mediante bulos e incitaciones a la violencia.

El ascenso de candidaturas con discursos de odio contra diversos grupos sociales y propuestas absurdas -que claramente perjudicarán a sus votantes- se ha vuelto común en América y Europa. El segundo triunfo de Trump, la naturaleza genocida del gobierno de Netanyahu o el impulso para que la guerra en Ucrania se extienda en el tiempo y el espacio, sobrecoge a quienes tienen un mínimo de capacidad reflexiva.

Todos los pronósticos sobre el próximo año y el resto de la década son sombríos. El negacionismo del cambio climático, a pesar de la gravedad de los fenómenos atmosféricos que hoy presenciamos, luciera que involucionamos como especie, con el decaimiento de la capacidad racional. A pesar de la terrible DANA vivida en España hace un mes, con más de 200 víctimas mortales, los discursos negadores del cambio climático siguen predominando.

Es dicho escenario que está impulsando a muchos a buscar soluciones personales o de pequeños grupos para enfrentar los hechos que temen para el futuro inmediato. Hasta el estoicismo se ha puesto de moda. Eso agrava los problemas, ya que las soluciones deben tener la fuerza de los grandes colectivos. Al final de cuentas el futuro, cual sea, es responsabilidad de todos.

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