En una sociedad que se silencia y se autoniega el derecho a la protesta, donde hay tantas razones para hacerlo, sin duda alguna, crece el dolor, muchas cosas duelen.

Duelen los suicidios de sueños, las metas abortadas en un espacio donde la impunidad es la mejor aliada de los abusivos usuarios del poder. Es por ello que debemos recobrar la vuelta a una conciencia de ciudadanía. Y esto se logra configurando la empatía con los rostros de los que no tienen nada, volviendo la mirada compasiva hacia el resto del mundo, que es más grande que el microespacio en donde nos acomodamos para engañar la propia existencia, desarraigada de la justicia y la paz. Porque no puede ser vida salir a la calle y no poder fiarte de tu prójimo cercano porque huele a criminal.

Mientras tanto, los medios irresponsables dependientes de la validación que da el poder, exaltan y reverencian a los verdaderos criminales que nos han robado los sueños y que de lo mismo que nos han robado sueltan migajas para obnubilarnos, sobre todo en tiempos de campaña.

El ciberespacio debiera ser para las personas un medio de uso masivo para que cada día sus voces sean levantadas por encima de cualquier injusticia. El derecho a la protesta, comprado a precio de sangre, debe reivindicarse, relanzarse y asumirse como una filosofía innegociable, único recurso de los excluidos, a los que nadie tiene derecho a robarles su voz.

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