Por Erika Infante

En República Dominicana y en muchas otras partes del mundo, los accidentes de tránsito se han convertido en una de las principales causas de muerte entre los jóvenes. Lo que debería ser una etapa de construcción de futuro y desarrollo personal, se ve interrumpida abruptamente por una tragedia que, en muchos casos, pudo haberse evitado.

Los datos son alarmantes. En Semana Santa, por ejemplo —una de las temporadas con mayor movilidad y consumo de alcohol—, un alto porcentaje de los fallecidos en accidentes de tránsito son jóvenes, especialmente los que conducen motocicletas. Estas cifras no solo reflejan un problema de seguridad vial, sino también una crisis social que involucra educación, cultura preventiva y políticas públicas.

El rol de las motocicletas y la imprudencia

En los últimos cinco años, se han acumulado unas 96 muertes por accidentes durante los asuetos de Semana Santa en el país. 
Aunque no se dispone de un desglose exacto por edades, la alta incidencia de accidentes de motocicleta sugiere que una proporción considerable de las víctimas son jóvenes, ya que este grupo demográfico es el que más utiliza este tipo de transporte en el país.

En la mayoría de los casos, los jóvenes se ven involucrados en accidentes mientras conducen motocicletas, muchas veces sin el uso del casco protector, sin licencia de conducir, y bajo los efectos del alcohol. La imprudencia al volante, el exceso de velocidad, y la falta de respeto por las señales de tránsito convierten las calles en escenarios de muerte.

Además, la precariedad económica empuja a muchos jóvenes a utilizar motocicletas como medio de trabajo o transporte, sin contar con las condiciones mínimas de seguridad. Esto los expone constantemente al riesgo, no solo en fechas festivas, sino cada día.

La falta de educación vial y control estatal

La educación vial sigue siendo una asignatura pendiente en la formación de los jóvenes. La ausencia de campañas constantes de concienciación, junto a una aplicación laxa de las leyes de tránsito, crea un entorno donde las normas se ven como opcionales.

A esto se suma la debilidad institucional en cuanto a fiscalización, lo que permite que vehículos en mal estado circulen libremente, que se vendan licencias sin los requisitos adecuados y que las sanciones por violaciones a la ley sean escasas o nulas.

Una pérdida irreparable

Detrás de cada accidente hay una familia rota, un proyecto de vida truncado, un futuro que no se cumplirá. La juventud es el capital humano más valioso de cualquier nación. Perderlo por causas evitables es una tragedia que como sociedad no podemos normalizar.

¿Qué podemos hacer?

La solución a esta amenaza no es simple, pero sí urgente. Se requiere de una política integral que incluya:
• Educación vial desde la escuela.
• Campañas de concienciación permanentes.
• Mayor fiscalización y sanciones reales.
• Inversión en infraestructura segura para peatones y motociclistas.
• Fomento del uso del casco, cinturón de seguridad y respeto a las normas.

También es esencial el papel de la familia, las comunidades y los medios de comunicación. Promover una cultura de respeto a la vida y de responsabilidad al volante puede salvar miles de vidas cada año.

Los accidentes de tránsito no son inevitables. Son el resultado de decisiones, omisiones y faltas que pueden corregirse. Los jóvenes no deberían morir en las calles. Merecen vivir, construir, soñar. Y es deber de todos crear las condiciones para que eso sea posible.

Erika Infante
Economista, Política y Comunicadora.

Posted in Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas