Choco Rica ha revisitado un viejo comercial de esa marca, que a la mayoría le ha parecido cuando menos alegre, refrescante y nostálgico.
A otros les ha parecido un ejemplo de supuesto racismo en República Dominicana, porque sus actores son niños no suficientemente negros. Aunque a ciencia cierta no es que sean demasiado blancos.
Azuzar el tema racial en este tipo de piezas es un ente divisor de la identidad cultural. Reproduce fórmulas foráneas que han llevado a fragmentar sociedades y culturas.
República Dominicana no es una potencia mundial. Está compuesta por blancos, mulatos, negros, descendientes de españoles, africanos, asiáticos, árabes, y un poco de descendientes de los pobladores originales de estas tierras.
Dentro de esa diversidad se ha conformado a lo largo de los siglos como una cultura compacta, con expresiones musicales propias, obras literarias, documentos históricos, un cine que aborda cada vez más sus sustancias identitarias, y una forma de bailar, de vestir, de ser, diferente al resto del mundo. Esto es identidad cultural propia.
El dominicano es alegre y sabe sacar chispas de felicidad de donde otros sacarían amarguras. Y como colofón es el ser más hospitalario y solidario que hay sobre la faz de la Tierra, aunque trogloditas impenitentes como el político haitiano Claude Joseph, escupan la mano que les da ayuda.
Dividir la sociedad dominicana, insertar la política de cancelación, es cuando menos la reacción más estúpida y traidora de aquellos de las nuevas generaciones que se quieren abrogar la tarea de ser los salvadores del mundo, porque todo lo anterior a ellos está mal. Falso.
Hay quienes viven esa pseudorealidad que son las redes sociales con pasión maoísta. Pero les tengo una noticia: hay vida más allá de las redes.
En este país de identidad cultural caliedoscópica, reitero, hay rubios de ojos azules, blancos de cabello oscuro, negros retintos, mulatos en distintas gradaciones, que provienen de africanos (probablemente del Camerún y Ghana), pobladores taínos, chinos, españoles, italianos, franceses, irlandeses, alemanes, judíos, libaneses y japoneses, entre otros, y todos son dominicanos. A mucha honra.
Es por eso que la Cultura debe convertirse en el escudo de República Dominicana. Y para eso hace falta una política cultural coherente, revitalizar las acciones de la vida artística y las energías de un anestesiado sector. Y sobre todo, irradiar vida cultural en todo el país. Para eso hace falta finanzas.
Los retos de la supervivencia de la identidad cultural dominicana serán cada vez mayores. Y se necesita un pueblo cada vez más culto e integrado, cada vez más empedorado de una forma de ser y estar, de la cual se sienten orgullosos.