Tras su entrada triunfal el Domingo de Ramos a la ciudad de Jerusalén como el Mesías, Jesús no pudo contener las lágrimas al ver el estado de corrupción en que ésta había caído, sobre todo cómo los mismos sacerdotes negociaban con las necesidades de la gente.
Lo visto por Jesús ese domingo lo indignó profundamente. El lunes, Jesús tuvo un día agitado. Según las escrituras, llegó temprano al templo, donde observa que los comerciantes avariciosos habían transformado el templo de Dios en “una cueva de salteadores” (Mateo 21:12, 13).
El acto de Jesús de desalojar a los comerciantes fue no sólo dirigido contra el prestigio de los sacerdotes, sino también contra sus bolsillos. Jesús pudo comprobar que los comerciantes, cambistas y tratantes tenían un negocio floreciente.
Era tal el abuso y el agiotismo, que muchos aldeanos no podían llevar sus propios animales para sacrificio, y los que lo hacían tenían que presentarlos ante un inspector en el templo para que los examinara, pagando una alta cantidad de dinares (dinero). Para no arriesgarse a que se rechazara el animal tras haberlo acarreado desde lejos, muchos compraban a los comerciantes corruptos del templo uno ya “aprobado”.
Enfurecido, Jesús echó del templo a los comerciantes, y de acuerdo a Mateo les dijo: “Mi casa será llamada casa de oración, pero ustedes la hacen cueva de salteadores”. Según el evangelio de Lucas, los principales sacerdotes montaron en cólera, mientras los hombres más prominentes miembros del Sanedrín no soportaban las acciones del maestro, por lo que asumieron que había que deshacerse de él lo antes posible.
Sin embargo, si no lo hicieron en ese momento se debió a que la muchedumbre estaba atenta ante las acciones y enseñanzas de Jesús y seguían colgándose de él para oírle.
Al respecto, en Lucas 19:45-48 se lee: 45. “Y entrando en el templo, comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban en él, diciéndoles: 46. ´Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones´. 47. Y enseñaba cada día en el templo; pero los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo procuraban matarle. 48. Y no hallaban nada que pudieran hacerle, porque todo el pueblo estaba suspenso oyéndole”.
Al salir del templo, dirigiéndose a una higuera la maldice, señalando que quien no da fruto de buenas obras merece el castigo divino.
La Última Cena
Cuentan los evangelistas que los días martes y miércoles fueron días en que Jesús sumaba milagros y también enemigos. Las conspiraciones para apresarlo y matarlo no cesaban. Es así como en la noche del jueves Jesús cena con sus discípulos por última vez, y en la cena instituye el sacramento de la Eucaristía a través del Pan y el Vino, como su sangre y su cuerpo.
Durante el ágape, Jesús tomó pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, éste es mi cuerpo”. Luego tomó una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, alianza nueva y eterna que es derramada por muchos para perdón de los pecados”.
Asimismo, se asume como el más humilde de los mortales al lavar los pies de sus discípulos. Al concluir les dijo: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. En verdad, en verdad os digo: un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que lo envió. Si sabéis esto, seréis felices si lo practicáis”.
Jesús revela que será traicionado
De acuerdo con el Evangelio de Juan, durante la cena, con pesar profundo Jesús dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.
Al decir esto, perplejos, los 12 Apóstoles se miraron preguntándose qué era lo que el maestro quería decir. Dice Juan que Pedro le hizo señas a uno de los discípulos que estaban junto a Jesús para que le preguntara a quién se refería, y Judas preguntó: “¿Señor, quién es?”, a lo que el maestro contestó: “Aquél a quien dé este trozo de pan”.
Untado el pan, se lo dio a Judas Iscariote, hijo de Simón el Iscariote. Y Jesús le dijo “Lo que tenga que hacer, hazlo en seguida”.
Judas, hombre de confianza de Jesús, después de tomar el pan, salió y abandonó la cena. Al verlo salir Jesús comentó: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: Donde yo voy, vosotros no podéis ir”.
Siempre de acuerdo al evangelio de Juan, sin entender, Pedro preguntó: “Señor, ¿A dónde es que vas?”, y Jesús le dijo: “Adonde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde”. Pedro insistió: “Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”. Y Jesús le contestó: “Con que darás tu vida por mí”. Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces”.
Jesús es arrestado
Tras la cena, Cristo y once de los apóstoles (todos menos Judas) salieron de la ciudad de Jerusalén. Según el evangelio de Mateo (26,39), Jesús tiene una inmensa necesidad de orar, ya que, como hombre mortal, su alma estaba destrozada por la tristeza.
Cuenta que en el huerto de los olivos Jesús cayó y postrando su rostro en la tierra exclamó: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú”.
Mientras en el huerto de los olivos Jesús oraba, su discípulo Judas se encontraba reunido con el sumo sacerdote y el Sanadrín, o suprema corte judía, que había decidido matar al hijo de Dios antes del Sabbat, que en la tradición judía se observa desde el atardecer del viernes hasta la aparición de tres estrellas la noche del sábado.
Cuenta Juan que Judas negoció entregar a Jesús por 30 monedas de oro. Entonces, el sumo sacerdote y el Sanedrín acordaron al día siguiente tender una trampa a Jesús y apresarlo, a fin de decretar su muerte.
El evangelista Mateo narra: “En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ´¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?´. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo”.
Judas llevó a los soldados del imperio hacia donde estaba Jesús, y lo identificó al besarlo. Acto seguido, los soldados se abalanzaron y lo arrestaron en medio de la confusión.