P. José Miguel Genao.
Doctorando en Filosofía. Universidad del País Vasco/ Universidad Autónoma de Santo Domingo
La Semana Santa conmemora uno de los acontecimientos más importantes de la historia, la pasión, muerte y resurrección de una persona llamada Jesús. Para algunos un gran profeta, para otros un gran sabio y para muchos Dios hecho carne. Sin lugar a duda, independientemente de las concepciones que se puedan tener de Jesús, algo es indudable, esta persona revolucionó el mundo.
La Semana Santa son días de encuentros, de fraternidad, donde se mezcla lo cultural y lo religioso, pero esencialmente son para reflexionar sobre los últimos días de la vida de Jesús. Los temas esenciales de la Semana Mayor son el servicio, la caridad, la muerte del inocente y la vida del resucitado. Ahora bien, ¿podemos saber qué fue lo que ocurrió los últimos días de la vida de Jesús? Un dato es seguro. Jesús fue condenado a muerte durante el reinado del emperador Tiberio por el gobernador Poncio Pilato. Así nos informa Tácito, el célebre historiador romano. Lo mismo afirma el historiador Flavio Josefo añadiendo datos de gran interés: “Jesús atrajo a muchos judíos y a muchos de origen griego. Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales de nosotros, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo” (Antigüedades de Judíos, 18, 3, 3).
Estos datos concuerdan con lo que sabemos de fuentes cristianas. El teólogo español José Pagola en su libro “Jesús aproximación histórica” lo resume así: “Jesús fue ejecutado violentamente en una cruz en plena madurez de su vida, probablemente el día 7 de abril del año 30; la sentencia fue dictada por el gobernador Poncio Pilato; hubo una acusación previa por parte de las autoridades religiosas judía; sólo Jesús fue crucificado, nadie se preocupó de eliminar a sus seguidores. Esto significa que Jesús fue considerado peligroso porque, con su actuación y mensaje, denunciaba de raíz el sistema vigente, pero ni las autoridades judías ni las romanas vieron en él al cabecilla de un grupo insurrecto, pues de ser así habían actuado contra todo el grupo”. Bastaba con eliminar al líder; pero había que hacerlo aterrorizando a sus seguidores y simpatizantes. Nada podía ser más eficaz que su crucifixión pública ante las muchedumbres que llenaban la cuidad.
La muerte de Jesús es una nueva versión cristiana de la problemática sobre el sufrimiento humano, planteada ya en el libro de Job. Es la pregunta fundamental de toda teodicea: ¿por qué Dios permite el mal en el mundo? ¿por qué Dios tolera el sufrimiento del inocente? ¿por qué Dios permite el triunfo de los opresores y el fracaso del hombre honesto? Todas estas preguntas se han visto reforzadas por algunas formulaciones y reflexiones cristianas que presentan la muerte de Jesús como algo exigido por Dios.
Hay que recordar que estos son pensamientos y consideraciones cristianas a posteriori sobre el significado de la pasión de Cristo. De algo debemos estar seguro, Dios no quería la muerte de Jesús. Dios no es ni un ser vengativo que exige una víctima por el pecado del hombre, ni un padre despiadado que condena a su propio hijo, ni una divinidad fatídica que establece una ley histórica que tiene que cumplirse inexorablemente y que lleva a Cristo a someterse ante su destino. Ninguna de estas presentaciones es compatible con la imagen que Jesús nos presentó de su Padre Dios.
Los teólogos españoles José María Castillo y Juan Antonio Estrada en su libro “El proyecto de Jesús” nos recuerdan que: “El trágico final de Jesús es el resultado de la decisión del hombre, es consecuencia de la libertad humana, no es obra de Dios. Hay que acabar con una visión de la historia, en la que hacemos a Dios culpable de todo lo que hace el hombre. Tenemos que aceptar que realmente somos libres, y que la historia es nuestra, y que no somos marionetas en las manos divinas”. Dios nos ha creado libres, con capacidad para hacer de la historia humana un paraíso o un infierno. Si las cosas van mal en la sociedad, la culpa la tiene el hombre y no él.
Ahora bien, la Semana Santa no sólo resalta la muerte en cruz de Jesús, sino, que culmina con el acontecimiento central del cristianismo que es la resurrección. Desde tiempo antiguos, se han preguntado si la resurrección de Jesús es mito, leyenda o algo verdaderamente real. En cualquier caso, la resurrección es una experiencia fundamental que cambió la vida de los que conocieron a Jesús. La prueba más eficiente de la resurrección no es la tumba vacía ni mucho menos las apariciones, sino, el testimonio de los discípulos que fueron capaces de dar la vida por algo que consideraban verdad, Cristo ha resucitado. Decir que Cristo ha resucitado, es afirmar que ni sufrimiento, ni la injusticia ni la muerte tienen la última palabra sobre el ser humano, sino, el Dios de la vida.
Vivir la Semana Santa es no olvidar a los crucificados de este mundo, aquellos que sufren las injusticias en carne propia. Vivir la Semana Mayor es apostar por la vida, es pasar del sufrimiento a la alegría. Celebrar la Semana Santa, es, en definitiva, vivir la vida con esperanza, con la firme convicción de que al final triunfará el bien y la verdad.
Centro estudios caribeños. PUCMM.