En la década de los treinta del siglo XX la imagen internacional del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo quedó muy deteriorada tras el genocidio cometido contra decenas de miles de haitianos en octubre del 1937 y aunque trató de ocultar las masacres al pueblo dominicano la terrible historia salió a la luz, sobre todo a nivel internacional. Para reparar su imagen de hombre magnánimo y correcto, el dictador proclamó una política migratoria, que lo presentaba como un paladín del anticomunismo en el Caribe, y que daba la posibilidad a la nación caribeña de abrir sus puertas a las minorías étnicas víctimas de las persecuciones del comunismo. Esta política denominada de puertas abiertas había surgido en Francia en la conferencia de Evian convocada, en 1938, por el presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt que trataba de buscar solución al problema de los miles de judíos centroeuropeos que estaban siendo perseguidos por los partidarios del nacional socialismo alemán y ello permitió la llegada de judíos centroeuropeos a la isla.

Años más tarde otra situación similar sucedió durante una crisis de la guerra fría y tuvo relación con los acontecimientos vividos en Hungría el año de 1956, cuando el malestar social de aquella nación produjo una serie de revueltas espontaneas que puso contra las cuerdas al gobierno húngaro y las políticas impuestas por la Unión de Republica Socialista Soviética, que se vio obligada a invadir la nación centroeuropea para proteger su régimen político. Esta crisis internacional tuvo coincidencia con otro de los asuntos internos aberrante del régimen dictatorial del generalísimo. El secuestro y asesinato del escritor y profesor universitario vasco Jesús Galíndez, que tuvo un enorme impacto en los medios de comunicación de los Estados Unidos. Al igual que dos décadas atrás Trujillo intentó distraer a la opinión pública y presentarte como un hombre benefactor de perseguidos por razones políticas e ideológicas. A esto debemos añadir que, en la República Dominicana, como afirma el profesor Domingo Lilón en su interesante trabajo “La emigración e industrialización: los húngaros en la República Dominicana (1947-1957) y la fábrica de armas de San Cristobal”, a mitad del siglo XX existía una pequeña pero influyente comunidad húngara, en cuyas manos estaba la industria armamentística que estaba dirigida por el empresario húngaro Alexander Kovacs.

Tras la invasión soviética de Hungría miles de refugiados políticos se concentraron en Austria donde se creó el comité intergubernamental para la migración europea (CIME). Ante la gravedad de la situación Naciones Unidas se implicó y buscó países que pudieran recibir estos numerosos contingentes de perseguidos políticos. Una vez más Trujillo aprovechó la ocasión y presentó una oferta para aceptar a los refugiados húngaros encargando a Alexander Kovacs que viajara a Europa para elegir contingentes de agricultores magiares no comunistas que vinieran a asentarse en República Dominicana en un grupo de 500 personas. Algunas voces alertaron de las dificultades que tendría la misión, pero Kovacs sabía que contradecir a Trujillo no era una posibilidad.

Los medios de comunicación nacionales supieron usar muy bien la invasión soviética de Hungría, subrayando mucho el cruel proceder del comunismo contra el cristiano pueblo húngaro. Ante eso el dictador recibió alabanzas y elogios por su disposición de ayudar a estos desposeídos. El 5 de mayo de 1957, en un barco llamado Franca, arribaron 582 húngaros que fueron embarcado en Génova, Italia. Todos los gastos de la operación los costeó el Estado dominicano. Según las noticias del propio gobierno, llegaron 483 agricultores que fueron instalados en Duvergé, una zona árida cercana a la frontera haitiana, donde su fundó una colonia agrícola con casas, asistencia médica, semillas y otros beneficios para que pudieran adaptarse a su nueva realidad. De ellos se esperaba que pudieses dedicarse al cultivo del arroz, plátanos y otros frutos. Los otros 100 entre los que había ingenieros, técnicos y mecánicos fueron empleado en la fabrica de armas. Finalmente, algunos de los agricultores fueron reconducidos a la fértil Costanza junto con españoles, japoneses y dominicanos.

El resultado de la campañas mediática dio frutos y en los informes de un senador estadounidense partidario de Trujillo se recogía, en una comparativa con los otros países latinoamericanos, que había acogidos a estos refugiados (Brasil, Venezuela, Chile y Perú), que República Dominicana destacaba por la preparación gubernamental para gestionar la llegada de los refugiados, criticando especialmente los resultados en los otros países implicados en donde todo había estado sumamente desorganizado.

La recepción de los húngaros estuvo presidida por el propio dictador. En las fotos de la prensa de la época se aprecia como desfilaron los recién llegados frente al Generalísimo al grito de viva Trujillo, pancartas en español y en húngaro aparecen recogidas en estas fotografías. Como afirma Lilon, ni a Trujillo le interesaron lo más mínimo los húngaros ni estos tuvieron mucho interés por quedarse en la isla, entre otras cosas por el clima político, las dificultades materiales y limitaciones que el país ofrecía en múltiples aspectos. A los pocos meses muchos retornaron a Austria acogiéndose a una cláusula de compromiso, de que si se alegaba causas justificadas se les procuraría un billete de retorno a Austria.

En 1958 un reporte del gobierno indicaba que tan solo quedaban 158 refugiados y a diferencia de todos los países que los recibieron solo se fueron de República Dominicana. Esto demuestra el tremendo fracaso de la política de atracción de inmigrante húngaros del gobierno de Trujillo, aunque realmente al dictador de todo este acontecer, lo único que le preocupaba era la parte propagandística, política que le permitía ocultar las atrocidades e ilegalidades de su gobierno. Lo único que el deseaba de todo esto era publicidad.

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