Emilia Pereyra nació en Azua de Compostela en 1963, en ese pequeño municipio de la costa sur cursó la escuela primaria y el bachillerato en un colegio regenteado por las Hermanas Carmelitas Teresas de San José, y posteriormente se graduó en la carrera de Comunicación Social en la UASD, después cursó una maestría en periodismo digital en la Universidad del País Vasco, más otros posgrados que, dice, sería muy largo de enumerar. Fue una de las fundadoras de la Unión de Escritores Dominicanos, cuya presidencia ha ejercido en los últimos tres años.

¿Cómo comienza tu relación con la literatura y con los libros?
Eso comienza en mi niñez, recuerdo que mi mamá me regaló un diario de esos que se les regalaban antes a las niñas, de páginas rosadas, con una llavecita, en esas páginas comencé a escribir mis primeros apuntes, pero después, cuando me di cuenta de que alguien estaba leyendo mi diario, me enojé muchísimo y dejé eso y hasta me prometí que nunca más volvería a escribir un diario, pero ya estaba enganchada con la literatura y seguí escribiendo cuentecitos, ya en el colegio, mi profesora de español, que era una monja, la hermana Dioni Mañón, me motivó a escribir y a participar en un concurso nacional que organizaba el Conani de aquella época, que estaba dirigido por doña Renée Klang de Guzmán, la primera dama de entonces, yo hice una composición que muy periodísticamente titulé “Familia de barrio marginado vive una situación desesperada”, basada en un recorrido que yo misma hice. Eso tuvo mucha repercusión, se publicó en el Listín Diario como que me “descubrieron” en Azua, se dieron cuenta de que había una muchacha que escribía, entonces me buscaron unos muchachos que estaban formando un grupo, el Círculo de Estudios Literarios Azuano (CIELA) entre ellos estaba Virgilio López Azuán y Otto Oscar Milanese, que son mis grandes amigos, mis cómplices de las travesías literarias.

¿Cuál fue tu primera novela publicada?
La primera fue El crimen verde, que no es la primera que intenté escribir, que fue Cenizas del querer, un proyecto que naufragó en el huracán David, porque la casa se inundó y todo lo que quedó fueron borrones de tinta en el papel, pero como yo tenía la historia en mi cabeza, la reescribí, porque ese primer intento, escrito en un cuaderno, muy torpe porque entonces yo no conocía nada de las técnicas y estructuras de la novela.

¿Cuándo escribiste Cóctel con frenesí?
La génesis de esa novela abarca muchos años de trabajo, porque comenzó con una serie de reportajes que yo hice, sobre los mendigos, la gente que vive en la calle y con la que nos cruzamos todos los días. Empecé y lo dejé ahí, hasta que cuando me fui a España a cursar la maestría, la retomé, fue un proceso muy largo, como de ocho años. Un día Orlando Inoa, el editor, me pregunta si yo no tengo algo para publicar, así que se la mandé, le advertí que era demasiado “fuerte”, pero a él le gustó y decidió publicarla.

¿Hay alguna novela tuya que sea como tu preferida?
Es una pregunta muy difícil, porque las novelas son como hijos, en mi caso yo tengo uno solo así que me es fácil, pero con las novelas… Podría estar entre Cenizas del querer y Cóctel con frenesí…

¿Cómo es tu método de trabajo para escribir una novela?
A mí los procesos me toman años, primero tengo que elegir el tema, me paso mucho tiempo dándole vueltas en mi cabeza, hasta que me siento a escribir, pero la creatividad llega como en fogonazos, hay que dosificarla y además la relación que se establece con los personajes es tan especial que a veces ellos se imponen, otras veces hay demasiado flujo de trabajo que obliga a pausar porque hay que ganarse la vida, pero yo siempre vuelvo y la disciplina que he adquirido me ayuda a retomar donde lo dejé.

¿Cuáles son tus escritores latinoamericanos favoritos o los que más te han influido?
Yo comencé a escribir en las postrimerías del Boom, y cuando leí Cien años de soledad, me impactó mucho, porque García Márquez tiene una imaginación desbordante, pero el que yo considero el maestro es Mario Vargas Llosa, no solo por sus obras, sino por sus teorías sobre la novela, La orgía perpetua, Historia de un deicidio, el tema de la técnica siempre me interesó muchísimo, aprendí mucho sobre las voces narradoras, sobre las estructuras y cómo se desarrollan, me encanta Alejo Carpentier, Julio Cortázar y Borges, yo era muy niña cuando leí por primera vez en la biblioteca de mi colegio El jardín de senderos que se bifurcan y le dije a la niña que era entonces, algún día yo quisiera escribir así.

Hablemos de la Unión de Escritores Dominicanos ¿cómo surge la idea?
Fue un proceso muy largo, de charlas con amigos, como Avelino Stanley, que siempre decíamos que cómo es que aquí no hay ninguna asociación, hablamos con amigos extranjeros que conocen del tema, y entonces decidimos organizarnos como ONG, ya se acaban de celebrar las primeras elecciones, yo estuve tres años al frente de esa unión, ahora le toca al nuevo presidente que es Avelino Stanley tomar el mando, de lo que se trata es de brindarle al escritor un ámbito que defienda sus derechos, que mejore sus condiciones de trabajo, más que nada…

¿Cuál es el problema que tú identificas en relación con los escritores y la posibilidad de publicar en este país?
Yo creo que es un problema global, pero nosotros lo sentimos mucho más porque somos un país pequeño con un reducido mercado de lectores, con un Estado que no valora lo suficiente la cuestión cultural, aunque haya una feria del libro, pero no hay una política de promoción de la lectura que es algo que debiera hacerse desde la escuela pública, pero además la sociedad ha perdido el rumbo, las redes sociales, la urgencia cotidiana, el celular, que tú lo apagas y manda tu información a sitios que ni tú mismo te imaginas, todo eso hace que la gente cada vez tenga menos tiempo para dedicarse a leer, tú estás consumiendo todo el tiempo lo que otros deciden.

¿Hay que ser buen lector para ser buen escritor?
Mucho más lectores que escritores, porque fíjate, cuántos libros escribe un escritor y cuántos libros lee en un año, eso solo es una demostración de lo importante que es leer, hay escritores que trabajan con la intuición, pero esa intuición no cae del cielo, sino que se pule con lo que se aprende, y todo eso te lo aporta la lectura.

¿Qué tú les aconsejas a los jóvenes que están dando sus primeros pasos en la literatura?
Además de leer mucho, hay que tener la libertad de ejercer el pensamiento, porque estamos rodeados por una pared digital que no ayuda mucho. Si partimos de la experiencia de cada uno, vamos a encontrar la voz propia que cada escritor tiene que encontrar, y es un proceso maravilloso, una génesis fascinante.

¿Es bueno pensar en el lector cuando se escribe?
El proceso de escritura es muy visceral al principio, demasiado propio, pero después cuando llega el momento de editar, de revisar, tal vez haya que pensar un poco en las personas que te van a leer.

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