Una de las gratas satisfacciones que tuvimos en la recién celebrada XXIV Feria Internacional del Libro de Santo Domingo fue encontrarnos con el poemario Anacaona, de la escritora Ofelia Berrido, con cuya obra narrativa y ensayística nos habíamos familiarizado, no así con su poesía. En los textos reunidos se sienten las vibraciones espirituales de la autora, algo que no es muy común entre poetas de las últimas décadas, que de entrada muchas veces despiden influencias insípidas y tóxicas.
El placer estético, vapuleado por la sociedad de mercado, puede satisfacerse en Anacaona, que además de su calidad literaria, trae ilustraciones fotográficas de los artistas Juan de los Santos, Alejandra Oliver, Jiny Elena Ramos, Carmen Inés Bencosme, Parmelia Matos, Dennise Morales Pou y Pedro Genaro Rodríguez.
Pero en los versos y las gráficas también hay música. Quien lee y contempla serenamente los versos y las imágenes, escucha el cántico del mar, del viento entre los árboles y de los pájaros.
Quizás por eso el libro comience con las letras de una canción como epígrafe, autoría de los Bushaman del desierto de Kalahari, el grupo más antiguo de los indígenas de África del Sur. “El día en que muramos/ una suave brisa borrará/ nuestras huellas en la arena. /Cuando el viento amaine, / quién le dirá a la atemporalidad/ que una vez caminamos/ de esta manera/ en los albores del tiempo”.
Poesía, imágenes y cánticos es lo que el lector exigente encuentra en esta obra de Ofelia Berrido. Así retrata en cuerpo y alma a la reina del cacicazgo de Jaragua: “Tus cánticos nocturnos aún se escuchan/ y el areito revive en tu voz./ ¡Oh, Anacaona, Anacaona!…/ Te elevaste para descender en ti misma/ Convertida en relámpago y trueno…/ en flor de caña, aleteo de pájaro y tambor…”, reza uno de sus poemas fundamentales.
Y continúa: “Mira cómo resplandece la tierna caña/ y como el saltamontes se pierde en ella./ Aspira el olor de la tierra, puras esencias,/ escucha el trinar de la eternidad”. Lean Anacaona. Sencillamente, impresionante.