La ceremonia de entronización del hermano menor de la bestia como presidente putativo de la República fue todo un éxito. La bestezuela había sino beneficiada con un cargo honorífico y la bestia se reafirmaba como el hombre fuerte del país y ambas estaban felices. Pero todo habría sido mejor, a gusto de la bestia, si Somoza no hubiera asistido. Somoza fue, como quien dice, el pelo en el sancocho, que nunca falta, un inconveniente, un incordio, una molestia.

Tacho Somoza y la bestia no se conocían personalmente, habían tenido relaciones diplomáticas, se habían comunicado por escrito y habían hablado por teléfono en algunas ocasiones y eran aliados, naturalmente, habían sido aliados durante varios años y seguirían siéndolo.

La primera vez que se encontraron, con motivo de su visita para asistir a la toma de posesión de Negro Trujillo, fue una decepción. Una recíproca decepción. En las grandes ocasiones la bestia estaba casi siempre enfundado en su traje de emperador con bicornio emplumado y era capaz de ir al estadio con ese traje de opereta. En cambio Somoza usaba uniforme militar o un traje blanco ligero o de cualquier otro color, que es lo más apropiado para el trópico. No es que andara mal vestido, es que la bestia se esperaba encontrar otro parecido a él, alguien quizás cargado de medallas como un general ruso y traje de mariscal por lo menos. Seguramente le pareció despreciable, insignificante, sobre todo, y le cogió ojeriza desde el primer momento, se desvaneció cualquier sentimiento de simpatía que hubiera podido tener por Somoza, si alguna vez lo tuvo. Además parece que en Somoza se produjo la misma sensación. No se gustaron uno al otro. Se despreciaron y se despreciarían mutuamente, aunque guardarían desde luego las apariencias. Trujillo lo condecoró y Somoza hizo lo mismo, se condecorarían el uno al otro y en las fotos son todo sonrisas…Dos sonriente tiranos con sonrisas beatíficas exhibiendo condecoraciones.

Dice Crassweller que a pesar de las similitudes entre ambos dictadores, había diferencias de grado, pero no en cuanto al comportamiento criminal. Ambos habían surgido de una ocupación militar, aupados por los marines, y se habían mantenido en el poder a sangre y fuego y es difícil saber cuál de los dos era más sanguinario. Trujillo era una bestia, pero Somoza no se quedaba atrás. Sobre sus hombros cargaba con el asesinato de César Augusto Sandino, quien se había alzado en armas a raíz de la ocupación de Nicaragua por tropas del imperio. La feroz resistencia del bien llamado general de hombres libres obligó a las tropas yanquis a abandonar el país, pero en el ínterin habían creado, igual que en Santo Domingo, una Guardia Nacional tan antinacional como la dominicana. Al frente de esa guardia estaba Somoza, Anastasio Somoza García, alias Tacho, el primero de una dinastía gallega que gobernaría Nicaragua durante cuarenta y dos años.

La noche fatídica del 21 de febrero de 1934, Somoza mandó a matar a Sandino por órdenes de la Embajada norteamericana. Pero decir Sandino es decir poco. Además del glorioso César Augusto Sandino fueron ejecutados esa noche varios de sus oficiales, un hermano de Sandino, el padre de Sandino, un niño que estaba en el lugar equivocado y quien sabe cuántos más. Toda una orgía de sangre.

Los cuerpos del general y sus generales y familiares asesinados fueron llevados ante el mismo Somoza por órdenes de Somoza y de inmediato enterrados en una fosa común. Al cabo de un tiempo prudente daría Somoza un golpe de estado con el apoyo de la embajada, y con el mismo apoyo gobernaría dieciséis años.

En 1939, cinco años después de su gloriosa hazaña criminal y dos años después del golpe, Somoza fue invitado a viajar a los Estados Unidos por el presidente Franklin Delano Roosevelt, y se apareció en compañía de su esposa y varios familiares. A su arribo a New Orleans, la Universidad Estatal de Luisiana lo premió con un flamante doctorado en leyes honoris causa, y unos días después fue recibido y agasajado por el Presidente Roosevelt, que no cabía en sí de contento en presencia de su héroe:

«El 5 de mayo de 1939 lo recibieron en la estación del ferrocarril el presidente Roosevelt, el vicepresidente, el gabinete presidencial y el presidente de la Corte Suprema de Justicia, todos varones y con sus respectivas esposas. En su honor se llevó a cabo un desfile militar que incluyó a 751 oficiales de policía, 400 miembros del cuerpo de bomberos, 9 aviones conocidos como “fortalezas volantes”, 30 tanques de guerra y un cuerpo de artillería».

Ese mismo año, el día 11 de julio de 1939, estuvo Trujillo en la Casa Blanca, en presencia del mismo Franklin Delano Roosevelt, después de haber recibido un agasajo igual o similar. Roosevelt amaba a sus tiranos, los amaba y protegía. Por eso nunca se ha podido establecer a cuál de ellos se refería cuando dijo (o dicen que dijo): «may be a son of a bitch, but he’s our son of a bitch» (puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta), un SOB. La verdad es que uno lo era tanto como el otro. Hay quien afirma que Roosevelt nunca dijo esa frase, pero pudo haberla dicho, y además era cierto.

Las diferencias entre la bestia dominicana y la de Nicaragua eran más bien de personalidad. Trujillo tenía el ego exacerbado en grado extremo y no pensaba que nadie estaba a su altura y era además sicorrígido.

Somoza, en cambio, aún con el ego inflado, era un hombre que en opinión de Crassweller no desdeñaba tumbarse en una hamaca con un trago en la mano. Hasta es posible que hiciera de vez en cuando un chiste. De hecho, dicen que Somoza le hizo a la bestia uno sobre un loro nicaragüense que decía «abajo el gobierno» y a la bestia no le hizo ninguna gracia, aunque se tratara del gobierno de Nicaragua.

La antipatía daría paso al desprecio, al menosprecio. Pensaba que Somoza no había hecho nada por Nicaragua, que no era un constructor como él, un gobernante esclarecido, y no le otorgó todos los honores que al ilustre visitante se le debía. De modo que Somoza regresó a Nicaragua con el orgullo un poco maltrecho y se quejó de que en las reuniones que tuvo con Trujillo le daban un asiento más bajito para obligarlo a mirar hacia arriba con el propósito de humillarlo. Algo que recuerda el encuentro entre Hitler y Mussolini en la genial película satírica «El gran dictador», de Charles Chaplin.

La peor ofensa que le hizo Tacho Somoza a la bestia fue haberse dejado sacar del poder con los pies por delante. Ese mal ejemplo no se lo perdonaría nunca. Somoza se dejó matar por un poeta, de los que en Santo Domingo había muchos, y la bestia no se lo perdonaría.

En efecto, a ese Tacho fundador de la fatídica dinastía Somoza le darían chicharrón en 1956, cuatro años después de su visita al país, en un temerario atentado que llevó a cabo el poeta y justiciero Rigoberto López Pérez. Los disparos que recibió Tacho Somoza al parecer no eran mortales, pero los médicos del hospital gringo del canal de Panama se encargaron de terminar el trabajo que había empezado Rigoberto.

Para peor, el segundo Somoza resultó ser un blandengue que moriría de un ataque al corazón. El tercero y último moriría igual que Tacho de muerte violenta pocos días después haberse exilado en Paraguay cuando el vehículo en que se movilizaba fue golpeado por un RPG, un arma antitanque que lo redujo a su mínima expresión. Murió, pues, de RPG.

(Historia criminal del trujillato [140])

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator”. l

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