El mes de enero de 2020 ha sido el mes que más preocupaciones sísmicas ha provocado en toda la región del Caribe, ya que desde el día 6 de enero la población de Puerto Rico ha estado en vilo, días y noches, producto de tres importantes sacudidas sísmicas de magnitud M5.8, M6.4 y M5.99, que hicieron colapsar centenares de viviendas mal construidas sobre los suelos arenosos y arcillosos de Guánica, Yauco y Guayanilla, pero cuyas posteriores réplicas han intranquilizado a una población que, por no estar acostumbrada a sentir fuertes temblores de tierra que se amplifican en arcillas y en arenas saturadas de agua, las vibraciones las sienten más fuertes y los daños los ven como extraordinarios, al extremo de que miles de personas han preferido abandonar sus residencias para irse a los refugios instalados en parques de béisbol y en áreas verdes de la región.

Pero justo cuando las réplicas del suroeste de Puerto Rico entraron en su fase normal de disminución, y comenzaba la tan esperada tranquilidad de la población, 3 días antes de terminar el mes de enero se ha producido un tremendo terremoto de magnitud M7.7, con epicentro inmediatamente al noroeste de la isla de Jamaica, el cual representa el terremoto de mayor magnitud que hemos tenido en la región del Caribe en los últimos 72 años, sólo superado por aquel terremoto de magnitud 8.1 ocurrido en Matanzas, cerca de Nagua, en fecha 4 de agosto de 1946, el cual generó un poderoso tsunami que barrió casi por completo a la comunidad de Matanzas, la cual quedó tan reducida en su extensión que desde entonces se le conoce como Matancitas, y donde la gente ha vuelto a construir de cualquier manera, a la orilla del mar, lo cual constituye un desafío a las fuerzas de la naturaleza y un error garrafal.

Este nuevo gran terremoto de magnitud M7.7 fue tan fuerte que estremeció a toda la isla de Cuba, desde oriente hasta occidente, y obligó a evacuar edificios en toda la isla, pero mayormente en la ciudad de La Habana, ubicada a casi 600 kilómetros de distancia del epicentro sísmico; estremeció a las vecinas islas de Jamaica y Gran Caymán, donde se produjeron efectos de licuefacción sísmica que dejaron muchos huecos sobre el terreno; y lo que es peor, obligó a evacuar las altas torres residenciales y empresariales de la avenida Brickell y de toda la zona céntrica de Miami, zona que está ubicada a unos 700 kilómetros de distancia del epicentro del sismo, donde la gente no está acostumbrada a sentir temblores de tierra, y donde no hubo mayores daños gracias a que esas altas torres están construidas sobre una rígida plataforma de roca caliza coralina similar a la caliza coralina que sirve de soporte a la mitad sur de la ciudad de Santo Domingo.

Ese sismo de magnitud M7.7 también se sintió muy fuerte en la turística ciudad costera de Cancún, México, donde también fueron evacuadas las altas torres hoteleras, se sintió fuerte en Belice, y se sintió fuerte en la zona occidental de Haití, lo que quiere decir que este gran terremoto fue sentido en toda la zona occidental del Caribe, aunque afortunadamente sin pérdidas de vidas y sin mayores daños materiales gracias a que en esa zona occidental la falla de contacto entre la placa tectónica de Norteamérica y la placa tectónica del Caribe se desplaza de manera lateral, no vertical, y ese movimiento lateral disipó en dirección este-oeste gran parte de la energía elástica a lo largo del eje de la falla, e impidió que el fondo del mar se moviera verticalmente, pues de haberse producido el sismo en la zona oriental del Caribe, entre Puerto Plata y Puerto Rico, donde esa falla se mueve subverticalmente, hubiésemos tenido un poderoso tsunami, quizás igual al del año 1946, el cual hubiese barrido a muchos pueblos costeros.

Sin embargo, ese abrupto desplazamiento lateral que ha sufrido esa extensa y poderosa falla regional, si bien es cierto que redujo las posibilidades de un tsunami en la zona occidental del Caribe, tiene la desventaja de que empujó hacia el este el segmento norte de la placa tectónica del Caribe, donde se ubican la isla Hispaniola y la isla de Puerto Rico, lo que indica que ese fuerte empuje ocurrido durante la pasada semana podría producir otras roturas sísmicas en la zona atlántica de la franja comprendida entre la República Dominicana y Puerto Rico, lo que nos debe llevar a estar alertas en la República Dominicana y en Puerto Rico, pues este año 2020 ha iniciado con una importante actividad sísmica regional que debe obligarnos a prestar mayor atención a la sismicidad regional, a destinar mayor inversión para la investigación científica sobre la sismicidad regional, la sismogeotecnia y la sismorresistencia, a destinar todo el tiempo necesario para lograr antes de mitad de año un nuevo Reglamento Sísmico actualizado, a revisar a tiempo todas nuestras estructuras levantadas sobre suelos flexibles de malas respuestas sísmicas, y a educar a toda la población sobre qué hacer antes, durante y después de un gran terremoto.

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