En la pasada semana entró en vigencia el previamente anunciado programa de cambio en los sentidos del flujo del tránsito en muchas de las calles del polígono central del Distrito Nacional, donde algunas calles que antes permitían la circulación en sentido norte a sur, ahora lo harán en sentido sur a norte, calles que antes permitían el tránsito en sentido sur a norte ahora lo harán en sentido inverso norte a sur, calles donde antes se transitaba en sentido este a oeste ahora será necesario hacerlo en sentido oeste a este, y calles que antes estaban señalizadas para transitar en sentido oeste a este ahora lo harán en sentido este a oeste, e inclusive, se ha planteado, quizás como laboratorio experimental vial, la posibilidad de establecer tránsito unidireccional en las avenidas Winston Churchill y Abraham Lincoln.
Pero al margen de la bondad y la buena voluntad de quienes recomendaron y de quienes adoptaron la medida del cambio del sentido vial, el resultado obtenido fue totalmente infuncional, pues el caos vial se adueñó de todo el Distrito Nacional, donde, desde hace ya muchos años, el tránsito se ha convertido en terrible dolor de cabeza para cada conductor y para cada agente encargado de regular el tránsito de los vehículos de motor, y en una muestra de lo que ha de ser la vida infernal que, según dicen muchos evangelistas, le va a tocar a quienes hayan sido pecadores en este espacio terrenal, con bocinas que retumban el tímpano a todo dar, con choferes imprudentes que se cruzan en rojo e insultan a la gente que cruza en verde normal, y con un
alud de gases de combustión degradantes de la salud, como el monóxido de carbono (CO) y el dióxido de carbono (CO2),
más el peligroso particulado fino de 2.5 micrones (PM2.5) que daña pulmones.
Recordemos que para diciembre del año 2005 la Dirección General de Impuestos Internos (DGII) tenía registrados 1.9 millones de vehículos de motor, de los cuales cerca de 1 millón correspondía a motocicletas, y cerca de 900 mil eran automóviles, yipetas, autobuses y vehículos de carga, mientras que para diciembre de 2019 la DGII tenía registrados 4.6 millones de vehículos, de los cuales 2.6 millones son motocicletas, 957 mil son automóviles, 487 mil son yipetas, 447 mil son vehículos de carga, y 107 mil son autobuses, con una tasa de crecimiento promedio anual de 6.4%, lo que indica que al cierre del presente año 2020 tendremos unos 4.9 millones de vehículos, de los cuales el 45 % pertenece a residentes en el Gran Santo Domingo, y si sumamos los vehículos de transporte de carga y de pasajeros que diariamente llegan a Santo Domingo desde todas partes del país, tendremos como resultado que hoy en Santo Domingo diariamente circula cerca del 55 % de la masa vehicular registrada en la DGII, es decir, cerca de 1.4 millones de motocicletas, 525 mil automóviles, 268 mil yipetas, 245 mil vehículos de carga, y 60 mil autobuses, equivalentes al 258 % del tránsito del año 2005.
No hay que ser un genio matemático de la NASA para saber que si en los últimos 15 años la cantidad de vehículos se ha multiplicado por 2.58, gracias a las ferias anuales de automóviles, mientras las calles y avenidas del Gran Santo Domingo siguen siendo las mismas, excepto por escasos elevados, pasos a desnivel, y una circunvalación de poco uso, el resultado final tiene que ser el congestionamiento vial durante todo el día, pero mayormente en las entradas y salidas del Gran Santo Domingo, y en los horarios de entrada y de salida a los centros de trabajo, lo que implica que no importa el sentido vial de cualquier calle del polígono central, pues el sentido vial no aumenta la capacidad del flujo vehicular por más vueltas geométricas que se le quiera dar, ya que cualquier plomero sabe bien que voltear la tubería no aumenta el flujo de agua que puede transitar por esa tubería, y ese mismo plomero podría explicar bien que mientras más vehículos tengamos transitando en Santo Domingo más tapones tendremos en nuestras calles, sin importar el sentido de flujo de cada calle.
Y es que mientras en el Gran Santo Domingo no exista un sistema de transporte público formal, confortable y seguro, que cubra todas las rutas de mayor demanda, la gente de clase media alta va a seguir prefiriendo su transporte privado personalizado, especialmente si los bancos comerciales financian vehículos de
lujo con unas cómodas cuotas de pago durante 5 a 6 años, pues subirse a una sucia, vieja y fea guagua pública de la OMSA, repleta de gente que va de pie, y que empuja e insulta a cualquiera que le quede al lado, y que por demás duplica peligrosamente la capacidad nominal de la guagua, representa un estigma para todo ciudadano de clase media alta que desea
llegar limpio, tranquilo y perfumado a su centro de trabajo, o a su compromiso social, mientras llegar al trabajo, al centro comercial, o a la actividad social, en su propia yipeta, representa tener el mayor estatus social al que hoy día alguien pueda aspirar, y esa realidad social no va a cambiar con simplemente cambiar el sentido del flujo vial.