La leyenda de David Ortiz comienza con comida. Eso es lo que narra Pedro Martínez en una carta dirigida a David en el portal The Players Tribune, especializado por publicar historias de los atletas contadas por ellos mismos.Martínez contribuyó a redactar este impresionante relato que está escrito en primera persona.
Pedro se remontó a 2002, una temporada en la que sus Medias Rojas de Boston terminaron a diez juegos y medio de los Yankees de Nueva York.
El miembro del Salón de la Fama quería guiso de langosta, así que fue al restaurant Vesubio del Malecón de Santo Domingo. Allí se encontró con Ortiz, quien no tenía su sonrisa acostumbrada. “Cuando entramos en el lugar, David Ortiz estaba sentado en una mesa de atrás, hablando con alguien por teléfono”, contó Martínez. “No había visto a David en un rato, así que me escapé detrás de él y le di un gran abrazo. Pero no estaba sonriendo. Sólo seguía escuchando a la persona por teléfono. No creo haber visto nunca a David sin sonreír. Lo dejé solo para que terminara su llamada, me senté y tomé mi estofado. Cuando volví a la mesa de David más tarde, todavía parecía deprimido.
Le dije: Compadre, ¿qué pasó? Él dijo: ¿Puedes creer esto?
-¿Creer qué? Acabo de ser dejado libre por Minnesota”.
Ahí comenzó la historia. Pedro quería a David como un hijo. Cuando los Mellizos de Minnesota iban a Boston, Martínez invitaba a Ortiz a su casa a cenar. No fue raro que el lanzador se mostrara empático con la situación crítica de Ortiz.
Cuando David le dio la noticia, Pedro no hizo otra cosa más que aplaudir. Es que él creía que Boston necesitaba un primera base y pensó que podía ser Ortiz. “David me miró, y creo que fue la única vez en mi vida que lo he visto serio. Él dijo, “¿Cómo puede eso ser bueno? Mi niña nació hace dos semanas, y no tengo un centavo en el banco. ¿Cómo puede ser bueno, hermano?”, le preguntó. “Porque ahora puedo llevarte conmigo a los Medias Rojas, respondió.
– “¿De verdad?” -preguntó. Le dije: “De verdad. Hombre, te estoy diciendo… su rostro se iluminó como el de un niño”. Martínez cuenta que sacó su pequeño teléfono y empezó a llamar a todos dentro de los Medias Rojas. Nadie respondió hasta que se comunicó con el secretario de viaje, Jack McCormick, y le dijo: “Oye, ¿puedes pasarme a (Larry) Lucchino o Theo (Esptein) o alguien? Jack dijo: ¿Eh? ¿Qué está pasando?”. “Escucha, estoy en la República Dominicana y me encontré con David Ortiz. Acaba de ser dejado libre por Minnesota. Tenemos que firmarlo”.
El resto es historia.
El número 34 de David se retira mañana y Martínez dice que lo que más extraña del béisbol son esos días en el estadio junto a Ortiz y Manny Ramírez, tratando de averiguar cómo vencer a los lanzadores de los Yankees.
Pedro afirma que no había visto nadie tan consumado en el arte de batear como Manny y que Ortiz se jacta de expresar que aprendió eso del exjardinero. Martínez considera que David fue mucho más que un bateador designado, especialmente por su influencia en el camerino y por lo que hacía cuando las cámaras se marchaban. “No hubiésemos ganado una Serie Mundial en 2004 sin David. Punto. No hubiésemos ganado en 2007 sin David. Punto”, escribió Martínez. “No hubiésemos ganado en 2013 sin David. Punto. Si usted amó a David o lo odió, él le dio todo para amar u odiar. Era una fuerza de la naturaleza. Era un hermano mayor de muchos jugadores latinos”.
Martínez despidió su escrito recordando el funesto episodio que vivió la ciudad de Boston en 2013.
David fue protagonista al pronunciar un enérgico discurso cuando los Medias Rojas honraron a las víctimas de la bomba en el Maratón de Boston. Pedro parafraseó la célebre frase de Ortiz ese día y escribió: “David, compadre, esta es tu maldita ciudad”.
“Es un sobreviviente y un ejemplo para el mundo”
Pedro Martínez definió a David como un sobreviviente y un ejemplo para el mundo. “Doy gracias a Dios que me hizo tener hambre de guiso de langosta esa noche en Santo Domingo”, apuntó. “Porque le dio a Boston un campeonato, y me dio uno de mis mejores amigos en el mundo”. Recordó todo el trajinar que pasan los peloteros dominicanos y dijo que en los tiempos de David y el suyo los aspirantes a ser profesionales iban al Centro Olímpico solo con los 50 pesos que costaba el pasaje. “Si allá se te perdían los 25 pesos tenías que regresar a casa caminando”. “No hay agua. No hay Gatorade. Sin comida. Nada. Si tuvieras suerte, alguien encontraría una manguera. Así es como lo hicimos”, escribió.