Los atracadores que la despojaron de su yipeta le regalaron 200 pesos (de los que previamente le habían robado) para que pagara un taxi; la asesoraron cómo ir a la Policía a poner una querella por el atraco; y en general los chicos malos se portaron bien con ella, incluso cuando le dio un cabezazo a uno.
La atracada es Zoila Martínez, la Defensora del Pueblo, a quien escuché decir en una entrevista radial que no volverá al cine, de una de cuyas salas salió cuanto la atracaron recientemente. Por unos módicos US$12 mensuales de tarifa doña Zoila podría ver en Netflix, en su casa, una gran cantidad de películas y apasionantes series.
Pero ir a la sala de proyección es para los cinéfilos todo un grato ceremonial que empieza por ganar en la ligera desazón de escoger la película, seleccionar un cine confortable y de entorno seguro; decidir el día, vestirse de ocasión, encontrarse con amigos, saludar a habitués conocidos…
Y es una forma de escaparse durante casi dos horas del mundo y su tiempo tan encabritado, mientras se es absorbido por la exuberante secuencia de imágenes en pantalla gigante y la banda sonora sobredimensiona la música y otros sonidos.
Zoila decidió no volver al cine. Como la mayoría de los dominicanos hemos debido renunciar al inmenso placer de sentirnos seguros yendo por calles o caminos vecinales; perdemos el sosiego y nos develamos hasta que no regresa al hogar el último integrante de la familia.
Santiago ya no es Santiago, dicen los santiagueros, porque debido a la inseguridad el común de los habitantes de la Ciudad Corazón ha perdido o visto disminuirse la primorosa virtud que irradiaban a todo el país: ser alegres, bohemios, acogedores y encantadores.
Por temor a la delincuencia muchos dominicanos residentes en Estados Unidos han dejado de venir a vacacionar aquí para irse a otras zonas en que las autoridades garantizan su seguridad.
Las autoridades de turno inventan mil explicaciones, pero lo cierto es que hace décadas la clase dirigente, en especial los políticos, pierden más y nuevos espacios frente a la delincuencia desbordada.
Los delincuentes ensayan y reproducen mil tácticas cotidianas para atacar y desvencijar al ciudadano de todas las clases y puntos del territorio nacional, mientras el Estado continúa sin desarrollar y poner en práctica una estrategia efectiva para preservar almas y haciendas.
La decisión de Zoila de no volver al cine, de las familias de ver perdido el sosiego en sus hogares, de los santiagueros de resignarse a perder el encanto que les fue proverbial, y los dominicanos de USA de dejar de vacacionar en su tierra, debe llevarnos a todos los dominicanos a decidir si –como en el relato de Julio Cortázar- dejamos que nos tomen la casa.
En esa historia dos hermanos residentes en una antigua casona de Argentina se van retirando de las habitaciones en que escuchan movimientos sobrenaturales, hasta que terminan abandonando su hogar, que terminan tomados por muertos.