Cambiar el régimen político no basta, es necesario también que cambien las prácticas, valores y actitudes de los ciudadanos. A 65 años de la caída de la dictadura, hemos podido avanzar en la instauración de un régimen democrático, con grandes déficits aún, pero que se reconoce buena parte de los derechos civiles y políticos de los dominicanos y las dominicanas. El proceso vivido en el país a partir de las elecciones de 1978, ha permitido ir consolidando un sistema político, que al menos en sus formalidades, es considerado como democrático.
Sin embargo, estos avances pudieron ser mayores, si los grupos liberales que han tenido la oportunidad de llegar al poder no se hubieran adaptado a los esquema patrimonialistas y clientelares del ejercicio de la política. Ha costado mucho superar las prácticas propias del conservadurismo autoritario que ha predominado en nuestra historia republicana. Tenemos una deuda institucional en la democracia dominicana, que las elites políticas tienen que comenzar a cubrir. Desde hace tiempo el Estado demanda de un diseño institucional que haga factible el funcionamiento del sistema de frenos y contrapeso y el ejercicio pleno de los derechos.
No es mucho lo que se puede avanzar en este propósito si al mismo tiempo no se apuesta por un cambio en la cultura política en nuestro país. Si aún persisten las debilidades institucionales, el problema es mayor cuando se analiza la forma en que los ciudadanos entienden y viven la democracia. Diversos estudios han destacado la manera en que la mayoría de los dominicanos conciben la relación con el poder y la autoridad. Predomina una visión caudillista de la política, en la que se espera que un líder mesiánico pueda venir y resolver los problemas que afectan a la comunidad. Acción que tiende a ser vista como un favor que hay que agradecer y no como un derecho que debe ser exigido.
La ausencia de valores democráticos se expresa en el ejercicio activo de la intolerancia y la discriminación, principalmente de parte de algunos grupos que no aceptan la opinión distinta o la manera diferente de ser. Educados en y para el autoritarismo, estos sectores temen a todo aquello que se sale de su estructura de pensamiento y de valores. Su visión la entienden como universal (la auténtica representación de los valores nacionales) y por lo tanto, todo lo demás tiene que ser reprimido. La incapacidad de estos grupos de vivir en democracia, es lo que explica su resistencia a una lucha legítima como la llevada a cabo por la comunidad LGBT, en demanda del reconocimiento de sus derechos.