Q ue duele, que molesta, que hiere, que hace ronchas…
Eso y más se dice de la verdad.
Que no hay cosa que provoque más indignación al mentiroso, que alguien lo enfrente con ella.
Mi madre siempre dice que la manera de saber que algo es cierto es la reacción que provocas en el otro cuando se lo dices.
Si es mentira, sus palabras, su reacción y su lenguaje corporal hablarán solos, pero si lo que le reclamas es verdad, su silencio, su reacción airada y sus afanes por mostrarse ofendido, lastimado, herido, también lo delatarán.
A muchos, decir todo lo que sienten ¡les ha costado tanto!
Les ha generado tantos problemas, malos ratos y lo peor, episodios de profunda tristeza y soledad.
Aquellos que creen solo en las palabras vacías, piensan que con ellas la gente se expresa, por eso, te lastiman con gestos, con desdén, con ignorarte delante de los demás y no puedes reclamar, porque estás especulando…
En realidad, como todo en la vida, lo bueno o malo de la verdad también es relativo.
Siempre será mala para aquel a quien deja mal parado, cuando pone al descubierto a alguien que la ha tratado de encubrir con una mentira tras otra.
Será terrible y horrible para quienes son descubiertos en su engaño, para aquellos que dejarán de obtener algún beneficio a causa de ella.
Sin embargo, será casi milagrosa para aquella quien le ayude a abrir los ojos, será dura pero necesaria para conocer la verdadera cara de un hipócrita, para ver cara a cara a su verdadero “yo”.
Dolerá, como suele doler, pero al final se le estará agradecido por haber aparecido para dejar las cosas claras.
Es más, llegará un momento en que se llegará a pensar que debió aparecer antes.
La verdad es difícil de escuchar, más difícil aún es decirla y más cuando al hacerlo debemos reconocer que hemos fallado, que nos hemos equivocado o simplemente que nos hemos creído más listos que los otros.
Pero al final, aunque duela, nos lastime o lastimemos con ella, la verdad siempre será lo mejor. Decirla y oírla nos hará sentir amados, respetados y valorados. l