La historia de la humanidad ha estado y estará siempre marcada por la eterna lucha entre el bien y el mal, y aunque en determinados momentos parezca que las fuerzas del mal ganan la batalla, siempre son más los que están del lado del bien y por eso finalmente vencerán con la ayuda de Dios.
También ha estado repleta de episodios de luchas fratricidas entre etnias y países distintos, entre practicantes de diversos credos, entre opresores y rebeldes, entre la autoridad y quienes delinquen.
El poderoso símbolo de la crucifixión de Jesús, en medio de dos ladrones, no solamente es una fiel estampa del bien y del mal, sino también un mensaje de esperanza, pues aun aquellos que hayan tomado el camino del mal, pueden ser traídos al buen camino bajo la influencia positiva de un mensajero del bien, como fue el caso del buen ladrón que supo arrepentirse antes de morir.
Por eso es tan importante que en estos tiempos en los que se percibe que la incomprensión, la intolerancia, la ambición desmedida, la envidia, el odio y la violencia ejercen una negativa influencia en el mundo generando acciones deleznables como los recientes atentados en Bruselas, más que nunca reflexionemos sobre dos mandatos que nos dejó Jesucristo: amarnos los unos a los otros como a nosotros mismos y perdonar a nuestros hermanos, hasta setenta veces siete, pues solo así podremos cambiar el rumbo de esta humanidad que no termina de aprender las lecciones.
Aunque no puede haber dos retos mayores que estos para cualquier ser humano, lo importante es que comprendamos la grandeza de esos mandamientos y que no cejemos nunca en el intento de cumplirlos, aunque para ello tengamos que caer de bruces miles de veces y volver a levantarnos otras tantas pero siempre con la frente en alto y un alma sana, lo que solo se consigue si somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos.
Por esto es tan importante que haya más líderes que conduzcan por el sendero del bien y menos líderes que apuesten a la división y la exclusión, a levantar muros, a separar sociedades y a insuflar una visión egoísta del bienestar en total detrimento de los derechos de otros. Pero verdaderos líderes del bien, no demagogos que como fariseos proclamen hipocráticamente un hueco discurso y actúen en sentido contrario.
Aunque en momentos de ataques perversos es natural que surja la ira, el rechazo y el deseo de acabar con quienes provocan tanto mal, es precisamente bajo esas circunstancias que más debemos serenarnos y entender que la violencia solo genera más violencia y que por eso aunque el rigor de la ley y la justicia deben imponerse, no podemos caer en la tentación de juzgar a justos por pecadores, por más entendible que muchos entiendan sea.
Precisamente por esta natural reacción humana es tan difícil vislumbrar soluciones definitivas, pues hemos siempre caído en el círculo vicioso de la guerra y deberíamos comprender que si las mismas siempre han causado más mal que bien, en las actuales circunstancias que vive el mundo las consecuencias podrían ser mucho peores.
En medio de la indignación, tristeza y dolor por el martes negro que enlutó a Europa y al mundo, debemos recordar la frase de Jesucristo en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Ojalá que exista más capacidad para perdonarnos en el mundo, pues ante tantas visiones, creencias, credos y culturas, la única manera posible para poder coexistir en paz, es si no amarnos, por lo menos respetarnos, tolerarnos y ser capaces de perdonarnos unos a otros.