La sencillez de Mario Bergoglio, el Papa Francisco, viene a dar un mensaje muy positivo para nuestra Iglesia Católica. Los escándalos, el exceso de riquezas, el lujo, han quedado atrás, y su visita a los Estados Unidos ha dejado claro que no está de acuerdo con el lujo de los pontífices anteriores.
Se desplazó en un pequeño vehículo Fiat, que apenas acomodaba cuatro personas. Pero lo de la sencillez es ya su costumbre y sin duda lo más importante en esta visita fueron los mensajes ante el Congreso Norteamericano y la Asamblea de las Naciones Unidas. En cada una de sus intervenciones habló sobre sus posiciones de la ética y la moral.
Sobre la ética fue claro en la distinción del hombre y la mujer. En momentos que Estados Unidos y otros países legalizan el matrimonio entre personas del mismo sexo, se legaliza el aborto y la eutanasia, fue firme al decir: “la ley moral, inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre el hombre y la mujer, el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones”.
En cada uno de sus mensajes fue claro en la defensa del medio ambiente, donde relacionó la degradación ecológica con la marginalidad.
En las Naciones Unidas exhortó a los gobernantes ahí reunidos a trabajar por un mejor equilibrio social que permita a todos los seres humanos llevar una vida digna. Tener trabajo, vivienda y evitar la depredación ecológica que genera el hambre y la falta de oportunidades.
Habló del egoísmo colectivo cuando se refirió a que algunos pretenden utilizar la Carta de la ONU para iniciar guerras, para satisfacer intereses particulares, sin tener en cuenta el daño que hacen estas actitudes para la paz mundial.
¡Qué certera fueron sus palabras cuando se refirió a que los países miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, China, Francia, Federación Rusa, Reino Unido y Estados Unidos no pueden erigirse como los gendarmes mundiales, que es necesario oír todas las voces porque sin importar tamaño todos tenemos un espacio en el universo que hay que respetar!
Ha demostrado desde que inició su pontificado que respeta las demás religiones. De hecho, participó muy emocionado al escuchar el canto fúnebre hebreo al visitar el monumento a las víctimas del 11 de septiembre. Lo comparó como “el agua que vemos correr hacia ese centro vacío, nos recuerda todas esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la destrucción es la única forma de solucionar los conflictos”.
Se negó en Cuba a recibir a Nicolás Maduro; en las Naciones Unidas, cuando éste intentó romper el protocolo y acercarse al Santo Padre, tampoco lo permitió. Sin hablar, dejó claro el mensaje de que no acepta regímenes totalitarios, no importa si son de izquierda o derecha. Que lo importante es que los mandatarios reunidos ahí, tengan presente que se deben respetar los derechos más básicos de la sociedad para vivir en democracia.
No dejó pasar por alto, como ya lo ha hecho en oportunidades anteriores, los problemas del odio de religiones que persiguen a cristianos y otras minorías en Oriente Medio y África, a lo que llamó locura.
Vimos en la sesión conjunta del Congreso de los Estados Unidos que el Presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, la tercera persona más importante en Estados Unidos, no podía contener sus emociones cuando Francisco se dirigía a este importante organismo. Al día siguiente sorprendió al mundo con su renuncia cuando dijo: “La crisis prolongada en torno a los líderes de la Cámara podría causar un daño irreparable a la institución”.
¿Cuántos de los gobernantes reunidos en las Naciones Unidas habrán pensado como Boehner? ¿Cuántos se atreverían a actuar con la responsabilidad que lo ha hecho para evitar, como sucedió en el 2013, el cierre de la administración norteamericana con sus dañinas consecuencias?
Cuántos de los dignatarios presentes habrán recordado cuando Bergoglio mencionó la Carta de la ONU que habla de evitar a las generaciones venideras de la guerra, que exige preservar los derechos fundamentales de los hombres y mujeres de las naciones grandes y pequeñas, el respeto a los tratados y a trabajar por el progreso como forma de eliminar la marginalidad, elevando el nivel de vida, promoviendo la libertad que da educar a la población y procurar oportunidades justas para todos.
Tendremos nosotros que esperar la visita del Santo Padre para mejorar nuestra marginalidad; las aspiraciones políticas, para que luego de alcanzarlas olvidar el bien común; respetar el tránsito; educación de calidad; salarios justos; oportunidades para nuestros jóvenes; que sustituyamos el chantaje de ciertos medios de comunicación por mensajes en valores o aprovecharemos su visita a Estados Unidos para tal y como dijo este hombre de Dios, que exista un clamor entre todos nosotros de abandonar los intereses sectoriales y las ideologías para trabajar por el bien común.