Este artículo lo encontré en la página web de la Empresa Flores, y quiero compartirlo porque se ajusta por entero a la realidad. Como todas las experiencias, hay que vivirlas para poder entenderlas, aunque no necesariamente aceptarlas.
“Todos nosotros sabemos que algún día deberemos enterrar a nuestros padres, pero el que conozcamos este hecho y el vivir esa realidad son dos cosas diferentes. Cuando un padre muere, parece como que todos los lazos que mantenías con tu infancia se han roto. Aún cuando eres un adulto y tienes hijos propios, la muerte de un padre puede destruir tu sensación de seguridad y confianza. Es, quizás, cuando por primera vez te das cuenta que ya no hay nada que se interponga entre tú y la muerte.
“La persona que siempre estuvo ahí o que se suponía que debía estar para protegerte ahora se ha ido. Tu realidad ha cambiado instantáneamente. Ahora te has convertido en el protector y defensor de tu propia vida. Literalmente te has convertido en un adulto y experimentas no tan solo la muerte de un padre, sino también el miedo a perder al niño que hay en ti.
“El concepto de familia y los roles que tus padres ocupaban ahora deben ser llenados por alguien más. Algunas veces el determinar quién va a ser esa persona te agrega más estrés del que ya tienes. ¿Quién se convertirá ahora en el estabilizador de la familia? ¿Quién será la persona que socialmente reconstruirá tu mundo y qué sucederá si te das cuenta de que ahora estás totalmente solo? La sensación de dolor va a variar dependiendo de las circunstancias de la muerte, tu edad, si hay un padre sobreviviente y la salud de éste. Tu propia situación familiar, el hecho de que tengas hermanos o de que seas hijo único también van a impactar de forma diferente sobre tu sufrimiento. Entonces, ¿qué puedes hacer?
“Primero, es importante permitirte expresar y experimentar todos los sentimientos que acompañan a tu sufrimiento. No tienes que ser fuerte o hacerte el mártir solamente porque eres un adulto. Las lágrimas, ya sea que sean internas o externas, no son un signo de debilidad ni una falta de fe, ya que el sufrimiento es el precio que pagamos por amar. Sé compasivo contigo mismo”.