Durante su primera visita a la República Dominicana hace poco, mi consuegro salvadoreño me dijo: “Tienen un país precioso; los dominicanos son muy amables, pero no me atrevo a conducir un vehículo en este caos”.
Nos reímos ambos en el momento, pero sentí también cierta amargura porque no tuve más que reconocer que tiene toda la razón. El tránsito en nuestro país es más que caótico. Este fin de semana estuve en Jarabacoa y la experiencia vivida en la carretera no hace más que reforzar esta afirmación.
Al salir el viernes en la tarde me encontré tremendo y prolongado entaponamiento provocado por un accidente ocurrido cuando, en las cercanías de Piedra Blanca, donde se construye actualmente un paso a desnivel muy necesario, una patana perdió el control. Las consecuencias fueron más de veinte heridos y catorce carros impactados. Más adelante, durante el fin de semana, tuve noticia de otros lamentables accidentes con víctimas mortales en las cercanías de Sosúa, Nagua y San Francisco de Macorís.
Decir que el regreso el domingo fue desagradable, es quedarse corto. El tránsito, como era de esperar, estuvo pesado ya que numerosas personas venían de regreso a la ciudad luego de la celebración del Día de los Padres en sus comunidades. Algunos incidentes que presenciamos mi familia y yo son casi surreales. Mencionaré algunos de ellos sólo para volver a poner en el tapete este tema delicado que reclama una solución urgente.
Poco después de mi salida pasé por el sector de Buena Vista, situado a escasos kilómetros de Jarabacoa. Todo el que ha transitado por el lugar sabe que la carretera es estrecha y apenas caben dos vehículos en sentido contrario. Había carros y jeepetas estacionados a ambos lados y el conductor de un autobús de Caribe Tours que encontró su carril derecho ocupado decidió que el problema no era para él. Sin ningún miramiento pasó al carril contrario, obligando a los vehículos que transitaban por el mismo a subirse a la acera para evitar ser arrollados por este conductor inconsciente.
No puedo alegar que había falta de patrullaje, ya muy próximo al cruce con la Autopista Duarte se encontraba una destartalada patrulla, la única que vi en todo el trayecto, cuyo oficial sacaba plácida y alegremente sus pies por una de las ventanas mostrando sus medias con los colores del arcoiris, quizás en recordación de los movimientos recientes.
En el tramo hasta Piedra Blanca, vi lo que siempre es usual: vehículos que transitan a menor velocidad por el carril izquierdo y conductores impacientes, agresivos y en plena competencia por llegar primero que zigzagueaban entre carros, haciendo lo que fuera para adelantar, aunque fuesen diez metros más que el vehículo de al lado.
En las cercanías de Piedra Blanca la situación pasó a mayores. No sirvió de escarmiento el accidente del viernes anterior; no se contempló ninguna previsión para hacer el paso por el lugar de la construcción más organizada y llevadera en un fin de semana de tanto tránsito. Es que nos prestan muy poca atención.
La cola era de kilómetros y, por supuesto, dos carriles se convirtieron en cuatro.
Nadie respetaba las más elementales reglas de circulación y mucho menos de decencia y cortesía. La dimensión del irrespeto era directamente proporcional al tamaño del vehículo. Los autobuses de Transporte Hernández, Caribe Tours, Tarea Bus, Aetra Bus sostuvieron lo que parecía una reñida competencia para ver quien se movía más rápido de derecha a izquierda y obligaba a más carros a tirarse en el terraplén, al borde de la carretera. El autobús de Caribe Tours, placa #1067497, fue el que ganó el premio mayor de la imprudencia, obligando a golpe de bocina a abrirle paso o de lo contrario aplastaba al que no “complaciera” sus instintos.
Pero lo que para mí completó la escena dantesca fue un camión de combustible de la empresa United Petroleum. Con una prisa casi criminal, prácticamente se abalanzaba sobre los vehículos que encontraba en “su” camino.
No sólo las guaguas incurrieron en violaciones, lo mismo hicieron carros de diferentes tamaños y precios ante la mirada indignada e impotente de muchos otros conductores. No faltó el placa oficial con sirenas, al que por su alta investidura debía abrírsele el paso.
En fin, la experiencia fue un conjunto surreal en el que se combinaron abusos, falta de civismo, indolencia de las autoridades, imprudencia y falta de educación vial.
¿Qué o cuánto más debemos esperar para solucionar de una vez este apremiante problema? ¿Más accidentes, más personas fallecidas? Ya tenemos un récord mundial luctuoso. ¿Queremos superarlo para provocar más luto y costos a nuestra economía?
Este es el tercer artículo que escribo sobre el tema del tránsito. No veo qué tan difícil sea emprender acciones como una campaña de educación vial, establecer patrullaje en las carreteras con agentes que puedan imponer sanciones a los conductores que violan las leyes y todo lo que sea necesario para que disfrutemos de un tránsito organizado.
Me propongo para apoyar las iniciativas en este sentido y hago un llamado a todas aquellas personas conscientes de la gravedad del problema para que hagan lo mismo. De todas las dificultades del país, la del tránsito es, quizás, una de las más graves, de las de más fácil solución.