Las personas que profesan la fe cristiana siempre están dando gracias por todo, por lo bueno, por lo malo, por las alegrías, por las tristezas, por aquello que pierden y por aquello que ganan. Para quienes no entendíamos esa actitud, y preguntábamos, alguno de ellos nos respondió alguna vez, que Dios era dueño de todo, que él decidía lo que nos daba y lo que nos negaba, así como a veces sus designios, aunque nos parecieran negativos y en el momento lo viéramos hasta como un castigo, al final resultaba una enseñanza que nos ayudaría a ser mejores y hasta más felices. Eso mismo pasa con las personas que un día lo tuvieron todo y de repente se quedan sin nada. Una situación muy clásica en todos los aspectos de la vida, pero que en las figuras públicas queda expuesto ante toda la sociedad. Una de esas áreas más sobresalientes es la política. ¿Cuántas veces hemos escuchado hablar de la soledad del poder, cuando un Presidente de la República está por finalizar su mandato y no se vislumbra la posibilidad de que éste se aventure en el tren de la reelección? Cuando es así, muy pocos de sus “fieles y leales” colaboradores se quedan cerca para acompañarlo en su retirada, pues su tiempo lo emplean en ubicar otro árbol para cobijarse a su sombra.
Es entonces, cuando a la sombra de ese nuevo árbol olvidan a aquel que le cobijó antes. Para aquel que una vez se sintió tan cercano a esta persona le resultará increíble escucharlo hablar y hasta actuar en su contra. Sencillamente no lo podrá creer. Esta actitud representará un duro golpe y la sensación de tristeza será inevitable, pero poco tiempo bastará para que se dé cuenta de quién es en realidad esa persona. Es ahora, y no antes, en los tiempos buenos, cuando en verdad la conoce, y eso es bueno. Es el momento de saber lo que puedes esperar de cada cual. Una persona dijo una vez, que para saber lo que el otro en verdad sentía por uno, era bueno provocarlo, molestarlo, porque solo así decía lo que en verdad pensaba. Algunos piensan que no, que no se razona cuando se está molesto. Esto para mí es difícil de descifrar pues, molesta o no, siempre digo lo que pienso. Lo que sí es cierto, es que si los tiempos buenos nos dan felicidad, los malos nos ayudan a madurar, a justipreciar y a justipreciarnos.