Experiencias dolorosas nos enseñan a expresar el amor hacia los demás. No es extraño que alguna persona nos diga que tras la pérdida de un ser amado, le llegan los recuerdos de tantas ocasiones en las cuales pudo decirle lo que sentía por él y nunca, por timidez, por no parecer cursis o por poca costumbre de expresar los sentimientos, dejamos pasar ese momento y sencillamente, nunca lo hicimos.
Sin embargo, cuando ya se ha aprendido a decir aquello que sentimos por las personas que nos rodean, nos damos cuenta de que expresar los sentimientos nos hace sentir bien con nosotros mismos y nos da una gran felicidad ver la alegría con que nos escuchan nuestros seres queridos cuando les hablamos de amor.
La alegría de decir y escuchar “te amo”, es inmensa, sobre todo si viene de las personas que amamos. Así mismos es muy triste cuando, percibimos que para aquellos a quienes decimos te quiero, te amo, te extraño, quiero estar contigo, se limita a responder “yo también”.
Una vez escuché a mi madre decir, “yo también”, no es “te amo”, no es “te quiero”, no es “te extraño”, o “te espero”. Decirle a alguien, lo más hermoso que nos inspira esa persona y solo escucharla decir, “yo también”, quizás solo para decir algo, por no quedarse callado, hace tanto mal, que lleva al otro a aprender a guardar silencio, con la tristeza de saber que no es saludable para una buena relación.
Lo mismo pasa cuando ya se sabe muy poco o nada del diario vivir de alguien que antes nos hacía partícipes de todas sus actividades, planes y proyectos. Supongo que así es la vida.
Es probable que más de una persona esté pasando por la misma situación en estos momentos y se sienta muy apenado al ver que en una relación de dos, solo uno habla y solo uno ama.