En este mundo somos reconocidos por nuestros éxitos, pero en el Reino de Dios, por nuestro corazón. Debemos incomodarnos un poco y ponernos en los zapatos de alguno, para sobrellevarles. El salmista dijo: “Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar”.
Nunca comprenderemos el dolor ajeno hasta reducirnos para conocer las estrecheces de sus padecimientos y a su vez ensancharnos sobre las mareas de la misericordia divina. Cuando Dios te llama a ser un consolador, demandará de ti sumergirte en las ansiedades de los desesperados, olvidar tu desventura y convivir la aventura del dolor vecino. Hasta tanto, el sufrimiento ajeno pasará de largo, sin perturbarte hasta que no te pase, entonces sintonizarás. Solidarízate, el dolor sencillamente nos conmueve, pero el amor nos promueve.