La familia Taveras Badía, de Moca, tuvo que vender sus bienes y mudarse a la capital en 1946, año de mayor persecución, encarcelamiento y tortura familiar, esperanzado su jefe de conservar la salud física familiar. Decidió vender sus inversiones en dos empresas tabacaleras que dirigía, una con capital mayoritario suyo. Llegó a Gazcue cuando todavía se construía el acueducto y la avenida Bolívar, así como en construcción estaba el edificio que albergaría la sede del partido trujillista en el malecón.
Me impresionó la ausencia de aves en vuelo, pues por la casa solo pasaba un desfile de asnos y otras cabalgaduras que tiraban carretas de campesinos que procuraban trocar sus productos por cosas útiles. Tirando de carretas y coches o llevando cargas dedicadas al trueque y al comercio, pero ni siquiera palomas que siempre han sido imágenes de todas partes. Ausente, la extraordinaria variedad de aves domésticas y silvestres que adornaban con sus colores y enriquecían con sus cantos la poesía que a todas horas cantaba y recitaba la naturaleza mocana.
Esa falta del sonido y del colorido de las aves me convirtió posteriormente en amante criador de palomas, perdices, codornices, guineas, patos, gansos, gallinas de muchas variedades y de huevos de diversos colores, de patos y gansos de diferentes razas, de caballos, vacas, chivos, conejos, de ranas bullfrog, de carpias de diversos colores, de tilapias, y a comprar acuarios para el disfrute del hobby de mis hijos -siempre bien provistos por los regalos del muy querido amigo Claudio Caamaño.
Anduve largo tiempo por el camino del poema de la vida hasta 1981, cuando vine a vivir a un barrio casi rural en el hoy populoso Santo Domingo Este, que a pesar de su ruralidad presentaba una población animal muy escasa. Al igual que los demás, sembré árboles, arbustos, flores y hierbas y compré codornices y conejos que perdí porque a vecino le molestaron sus olores que se llevaba el viento. Pasaron años sin que tuviera el placer de recobrar la alegría de lo natural. Un día volví al campo y crié todo cuanto encontré, y hasta invertí mis ahorros para convertir la actividad en negocio. Pero Georges, el huracán, acabó con todo.
Retorné a mi casa de Santo Domingo Este todavía triste, para presenciar muy alegre la rara pero real migración de muchas variedades de aves silvestres desde la ruralidad a mi barrio querido. Se llenó el entorno de miles de palomas, tórtolas, pájaros carpinteros, ciguas palmeras, rolitas, pericos, cotorras …, que nos entretenían con sus algarabías, sus chillidos y sus cantos.
Hace pocos meses todo eso acabó, por el éxito de alguien que propagó la idea de que esas bellas y sonoras aves eran entes contaminantes y peligrosos para la salud humana. El barrio las exterminó. ¿Somos asesinos?.