Somos un país sin cultura de ahorro

Muchas veces he escrito en mi cuenta de twitter sobre el ahorro, un ejercicio que suele generar múltiples comentarios, con destacada relevancia el que se refiere a la alegada imposibilidad de ahorrar, debido a los bajos salarios.

Muchas veces he escrito en mi cuenta de twitter sobre el ahorro, un ejercicio que suele generar múltiples comentarios, con destacada relevancia el que se refiere a la alegada imposibilidad de ahorrar, debido a los bajos salarios.
Sin duda, a menor ingreso más difícil es el ahorro, pero no se trata de la única razón que nos impide ahorrar.

Un amigo me decía que para mí resultaba muy fácil hablar de ahorro bajo el supuesto de que mi volumen de ingresos no es un obstáculo. Este es un concepto errado, y, de aceptarlo como verdad absoluta, no sabríamos explicar el progreso de gente trabajadora que viene muy de abajo. Sería un engaño concluir que todo el que tiene niveles de ingresos medios o altos, siempre los tuvo.

Cuando en el 1984 inicié mi empresa, dejando el negocio familiar, no conté con apoyo. Simplemente contaba con una cultura del ahorro que me ayudo a convertir una empresa con apenas tres clientes a una compañía con presencia regional.

Inicié en una época muy difícil, pues debemos recordar los escenarios de la inflación y devaluación de principios de los 80, durante el gobierno del ex presidente Salvador Jorge Blanco. No había recursos suficientes siquiera para comprar una computadora. Recuerdo que aporté a la empresa mi propia Apple, que recién salía al mercado con una tecnología muy incipiente.

Soy nieto de inmigrantes, uno italiano y otro español. Llegaron al país escapando del hambre de Europa y ninguno tenía más que unos pocos dólares para poder comer en los primeros días de haber llegado a un continente desconocido. Un amigo empresario muy exitoso por cierto, me decía que sus padres llegaron de España en la sección de tercera clase del barco porque no había una cuarta.

Sobre las adversidades, ellos lograron formar un gran capital en base al ahorro. Nunca olvido las palabras de mi abuelo, que me decía: “Siempre defiende los centavos que los pesos se defienden solos”.

La lección aprendida es que el ahorro debe convertirse en una forma de vida, no importa cuál sea el volumen de los ingresos. Una profesora cubana, recién llegada a nuestro país lloraba porque acostumbrada a la rotunda escasez en su nación, no entendía cómo los dominicanos derrochábamos todo.

Los cubanos tienen una sólida cultura del reciclaje, que los lleva a usar las cosas varias veces, a no desechar nada, porque la ausencia de lujos los ha acostumbrado a ser austeros. Recuerdo cuando yo usaba calculadoras con papel. Siempre le daba un uso de tiro y retiro, aprovechando los dos lados para imprimir.

¿Cuántas veces no hemos visto en la misa a pobres señoras sacar de sus viejas carteras los pocos pesos que seguramente les hacen falta para comer y ofrendarlos? Esas señoras ahorran para dar limosna a otros que necesitan aún más que ellas.

En esta sociedad queremos tenerlo todo. Es una cultura que atraviesa desde los funcionarios del gobierno hasta los empleados privados y los empresarios.
Tenemos un vehículo en buenas condiciones, pero queremos el último modelo. En las familias se ha perdido la costumbre de compartir un carro y, asimismo, ha desaparecido la práctica de pasar la ropa a los hermanos menores.

Los libros que cuidábamos para que sirvieran a los próximos en necesitarlos se diluyen con el fin del curso. Todos los días queremos un celular de última tecnología y vemos cómo jóvenes que ganan salario mínimo o menos se pasan el día completo pegados del chat o de las llamadas del móvil, gastando lo que podrían ahorrar.

En cuando a las tarjetas de crédito, el dinero plástico se ha convertido en un instrumento ideal para aumentar las ventas, comprar lo que se necesita y lo que es un lujo, para luego financiar las compras y pagar intereses que muchas veces comprometen el presupuesto familiar, crean una bola de nieve al deudor y, con frecuencia, lo convierte en sujeto de puertas cerradas para el crédito al no poder saldar sus compromisos.

Una de las causas que limita el ahorro es la esperanza de que los ingresos aumenten constantemente y eso precisamente contribuye a que la economía nuestra sea cara, porque presiona hacia salarios mayores sin ningún tipo de incentivo hacia el ahorro.

Existe siempre una inconformidad sin tener en cuenta que sin ahorro no hay futuro y que los países pueden correr el mismo riego que los presupuestos familiares o que las empresas, cuando se endeudan para pagar gastos corrientes, y no para inversiones reproductivas, se ahogan.

Vemos cómo se desperdicia el agua, cómo a pesar de los altos precios de los combustibles seguimos importando vehículos de alto consumo, o tan viejos que no solo contaminan, sino que consumen más que los nuevos.

Nos quejamos del alto precio de la energía, pero nadie apaga un bombillo o se anima a usar luminarias de bajo consumo. Da pena ver las llaves de agua desperdiciar sin sentido un recurso escaso.

Podríamos concluir que el patrón de consumo entre los de bajos y altos ingresos se ha convertido en un patrón irracional.

La importancia de ahorrar dinero no solo se fundamenta en el acto de hacerlo para prevenir eventuales imprevistos, sino que también en la opción de mantener más tranquilidad y paz mental.

Debemos estar conscientes, finalmente, que debemos convertir el ahorro en un hábito como otro cualquiera, evitar los malos hábitos financieros que son tan fáciles de adquirir y recordar que debemos prever para emergencias futuras, pues de lo contrario nunca podremos crecer ni salir de la pobreza.

Si hoy tenemos una peligrosa dependencia del endeudamiento, para equilibrar las finanzas públicas, es porque la tasa de ahorro del país con relación al PIB ha caído en forma brutal en las últimas décadas.

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