El 5 de junio de 1944, el general Eisenhower proclamó a los 160,000 soldados que constituían la avanzada del ejercito que invadiría a la Francia ocupada por Hitler, “… Los ojos del mundo están puestos sobre ustedes. ¡Nosotros solo aceptaremos la victoria total! ¡Buena suerte!” Pero igualmente había escrito unas breves palabras, que nunca leyó, “Nuestros desembarcos en el área de Cherbourg-Havre no han logrado consolidarse satisfactoriamente, y he ordenado el retiro de las tropas… las tropas hicieron todo lo que el coraje y el cumplimiento de su deber exigía. Cualquier culpa, o falla, es solo mía”.
Al finalizar los períodos presidenciales, la cultura popular dominicana señala que los gobernantes sienten la “soledad del poder”. Esta frase constituye una banalidad, pues el poder es, en sí mismo, un ejercicio solitario. De Gaulle, quien llevó su práctica a un arte, manifestó que su ejercicio debía estar rodeado de misterio, lo que supone guardar distancia con los demás. Y es que el ejercicio del poder conlleva una solitaria e inescapable responsabilidad individual, aun se delegue, tal como demostró Eisenhower.
El vacío que resulta al término de un mandato es más bien provocado por el alejamiento de quienes interesadamente se acercaron al gobernante, en su momento. Resulta una tontería pensar que esas personas “acompañaron” al gobernante. Los norteamericanos llaman a este período “lame duck,” o del pato cojo.
Resulta interesante, pues, que el presidente Obama, en el medio de su período “lame duck,” haya emprendido una serie de iniciativas que bien podrían contribuir a definir el legado de su presidencia. Luego del histórico acuerdo atómico con Irán, Obama ha realizado visitas cargadas de un simbolismo reconciliador a Cuba, Vietnam y Japón.
Pocas guerras han dividido la sociedad norteamericana más que la de Vietnam. Los veteranos que regresaron no recibieron ni la comprensión, ni el reconocimiento de una sociedad que deseaba olvidar lo acontecido. Esta visita cura heridas tanto en el país anfitrión, como en su propio país. Pero la imagen que Obama bien podría desear simbolizar a su presidencia es la de su sentido abrazo a un sobreviviente de la bomba atómica de Hiroshima.
No obstante, detrás de cada acto de reconciliación hay un frío cálculo político. La visita a Cuba obedece al objetivo de influenciar una transición, obligada por la edad de sus gobernantes. La visitas a Vietnam y Japón responden al creciente poderío chino, y al dislocado gobernante norcoreano. Y es que el ejercicio del poder además de solitario es ambiguo, pues los valores proclamados se entrelazan, en una difícil coexistencia, con los intereses de Estado, que en muchas ocasiones prevalecen. Sin embargo, ignorar los valores, aparentando respetarlos, lleva a un ejercicio cínico del poder que finalmente lo erosiona. El gobernante que desee dejar un legado debe entonces intentar lograr un equilibrio, en un asunto sin una respuesta clara..