Siendo presidente del Conep invité a un diálogo al entonces candidato a la Presidencia por el hermano país de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Algunos empresarios no estuvieron de acuerdo con la invitación por considerar “golpista” al candidato, pero yo entendía que, siendo un aspirante presidencial, era interesante oír cómo pensaba dirigir esa rica nación, de la cual recibíamos el petróleo que consumimos y con la cual manteníamos, y aun es así, una enorme desigualdad de balanza comercial.
Indudablemente, estábamos frente a un hombre inteligente, de verbo fácil, que hacía empatía con rapidez. En el único momento que pareció perder la paciencia fue cuando uno de los participantes le preguntó cómo haría un gobierno democrático si había participado recientemente en un intento de golpe de Estado.
Respondió, algo molesto, que el pueblo venezolano no soportaba más los abusos de la oligarquía, que siendo un país tan rico era inconcebible la pobreza de muchos de sus ciudadanos. No dejaba de tener razón, por muchos años fueron incontables las fortunas que se hicieron a costa de la tasa de cambio y, sin embargo, esa inmensa riqueza petrolera, costos de combustibles y energía regalados, no sirvieron para mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos.
Recuerdo que cuando lo acompañé al elevador para despedirlo le pregunté si mantendría el Acuerdo de San José, mediante el cual recibíamos trato preferencial de Venezuela y México. Este último país nunca honró el acuerdo por un incumplimiento de un contrato por parte de República Dominicana, que se originó en el gobierno de Salvador Jorge Blanco y que costó millones de pesos al haber perdido el arbitraje que México, con razón, llevó contra nosotros. La respuesta del entonces candidato fue: “De llegar a la presidencia compartiré con los países amigos la riqueza que Dios ha dado a Venezuela”.
Tenía bien claro el poder que le daba ese recurso tan importante y lo usó con abundancia creando Petrocaribe, con el cual obtuvo no sólo el agradecimiento de los países beneficiados sino que le permitió crear un liderazgo regional “petrolero”, y dentro de Venezuela logró reelegirse gracias los mecanismos populistas que le permitieron el exceso de recursos que manejaba.
Su enfermedad lo llevó a destiempo a la tumba, dejando como heredero a un sustituto que carece de las cualidades de Chávez, quien era militar entrenado, gran comunicador de masas y populista, pero antes había reformado la Constitución a su imagen y semejanza, nacionalizó miles de industrias, con lo que fue creando un aparato productivo estatal ineficiente y que ha sido la consecuencia del inmenso desabastecimiento que hoy sufre la población venezolana.
Nicolás Maduro ganó unas elecciones muy controversiales a pocos días de la muerte del líder venezolano, donde la oposición reclamó el triunfo, pero el Tribunal Superior Electoral, con una prisa inexplicable, declaró al heredero del chavismo como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, quien recientemente afirmó que “la legalidad de un gobierno no la daba las elecciones”.
El gobierno de Hugo Chávez no estuvo exento de enfrentamientos, hostigamientos a la oposición y a la prensa, pero nunca llegó a los extremos de su sucesor. Hemos visto que luego de declarar un largo feriado para calmar las protestas estudiantiles las playas han estado sembradas de cruces con los nombres de los que han caído en los últimos enfrentamientos y ausentes del espíritu festivo que se pretendió lograr.
Lo que ha acontecido en días recientes debe llamar a la comunidad internacional a exigir del presidente Maduro respeto por la vida de los venezolanos. Es increíble que mientras enterraban a un estudiante asesinado por el ejército, Maduro bailaba, olvidando lo que en una oportunidad dijo Simón Bolívar: “Maldito sea el soldado que vuelva las armas contra el pueblo”.
Presidente Maduro, no serán los “fascistas”, como le ha dado por llamar a todo el que se opone a su gobierno, ni será la oposición que encarcela, ni los estudiantes que masacra y viola con un fusil, ni la población inofensiva, quienes lo saquen del poder.
Serán los mismos militares de los cuales hay miles capacitados y conozco algunos que ya no son e incluso fueron compañeros de armas de Hugo Chávez. Son personas de paz, educadas y respetuosas de las diferencias de opiniones.
Serán sus mismos colaboradores preocupados por una posible guerra civil, serán las filas para comprar lo poco que aparece en los supermercados, serán esos mismos colaboradores que viven asustados porque no saben si sus hijos universitarios volverán. Serán sus mismos servidores que ya empiezan a salir del país temerosos de lo que pueda acontecer en la vida de ese hermoso país.
La exigencia de cambios también vendrá de la parte de la comunidad internacional que ahora mismo no está silenciada por los beneficios que recibe de Petrocaribe, está demostrado que el populismo tiene sus limitaciones. Solo miremos los casos de Argentina y Ecuador.
No creo en los golpes de Estado, pero tampoco en la legalidad de un gobierno que se mantiene a fuerza de asesinatos y amenazas, que mata periodistas, que cierra emisoras o clausura embajadas. Creo en la convivencia pacífica, en el derecho a disentir, pero, más que eso, en el respeto a la vida humana.
Por último, dejo otra frase de ese gran prócer, Simón Bolívar: “Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han terminado exterminando al fin sus tiranos”. Y a los que nos hemos beneficiado con Petrocaribe, que nuestro agradecimiento no sea cómplice del silencio, que ese agradecimiento se traduzca en la búsqueda de la paz y el equilibrio de Venezuela para no tener que lamentarnos un día por esa indiferencia.